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La Historia me absolverá
 
  
Historia viva     En esta tengo que ser buen revolucionario
Juan Almeida Bosque
Libro de los doce (Fragmento)

Yo era peón de albañil. Estábamos haciendo una obra en Ayestarán. Había un maestro de obras allí que era bueno en cierta forma, en el fondo era bueno; ahora, con respecto al trabajo era malo, porque daba jornales de hambre y sueldos de miseria, la verdad.

Entonces, yo conocí al compañero Armando Mestre, un muchacho estudiante de Bachillerato del Instituto de La Habana, deportista, tenía ciertas relaciones, vivía cerca de mi casa y nos conocimos; hubo una cierta simpatía entre él y yo; ya salíamos juntos, hablábamos, nos preguntábamos tal cosa; me decía si yo estudiaba, yo le decía que no, que no estudiaba, que había salido del cuarto grado de la escuela y que no había tenido oportunidad de seguir estudiando. Entonces me decía que él podía prepararme para que yo fuera también al Instituto, que ahí se abrían mejores campos, que uno tenía mejores perspectivas en la vida. Yo le decía que era mejor perspectiva ir al Instituto, pero que primero tenía que ganarme el jornal, porque tenía una familia muy numerosa y tenía que ayudar a mis padres a resolver la situación.

Entonces, transcurrieron años de esa amistad, y el 10 de marzo, cuando dio el golpe Batista, él me fue a buscar y me dijo: “Vamos a la Universidad, que se están movilizando a las fuerzas vivas y al pueblo allí para repudiar el golpe militar.” Entonces fuimos allí, llegamos buscando armas, no había armas… que las armas llegaban, que no llegaban las armas, que las iban a traer no se quien. Y, en definitiva, las armas que vi por primera vez en mi vida fueron las que nos puso Fidel en la colina universitaria, en el Salón de los Mártires, para hacer prácticas de tiro; el famoso M-1, aquel lo conocen todos los estudiantes de aquella época, y el fusil Springfield; el M-1 sin culata, que tenía la culata plegable, que pasó por las manos de todo el mundo.

Esas fueron las armas rudimentarias con que nosotros empezamos lo primeros pasos, por primera vez, a tener contacto con armas. En aquella oportunidad no era como ahora, que aquí en este país ya cualquiera sabe manejar un fusil y anda con el fusil.

Pedrito Miret era responsable de las prácticas de armas con su camiseta enguatada con la H aquella, ¿te acuerdas?, con su golpecito de puño y mano abierta, y la “patada”.

Me encontré a Fidel allí, empezó a hablar de la revolución, lo que era revolución, el proceso, el atraso que implicaba el golpe de Estado, que la juventud tenía que unirse, las fuerzas vivas, que él contaba con elementos que no había tenido complicidades con el pasado.

Fue mi primer contacto con Fidel. Andaba con un libro de Lenin debajo del brazo, un libro azul, con la efigie de Lenin en relieve. Ese fue el que apareció en el Moncada. Tenía un traje gris Fidel, con el cuello de la camisa como que le han dado muchos zurciditos, la camisa un poco raída….; con el carácter firme ese.

Yo era por aquel entonces medio risueñote, medio alegrote… Antes le daba a la vida otro significado más liberal, diría yo.

Yo recuerdo que fui a unas prácticas de tiro allá en Los Palos; había un instructor que era el que nos enseñaba a tirar a nosotros allí con fusiles 22. Ponían una latica de leche y entonces cada compañero le tiraba a la latica los disparos, seis disparos cada uno. Y yo agarré mi fusilito, sin nunca haber tirado, y “¡prah!”, le di el primero a la latica “¡prah!”, le di el segundo a la latica, el tercero a la latica, “¡prah!”, y me dio tanta alegría que empecé a saltar allí: “¡Soy un bárbaro!” Entonces me dijo el instructor: “Óigame, compañero, parece mentira que usted se ponga aquí con ese escándalo y esa gritería.” Y yo le digo: “No, es una alegría que está dentro de mi y no puedo evitarlo”. Dice: “Yo creo que usted no va a ser un buen revolucionario”. Dígole: “Óigame lo que le voy a decir: si yo hubiera nacido en el 95 hubiera sido veterano de la Guerra de Independencia. Por tal motivo, en esta tengo que ser un buen revolucionario.”

Cuando fuimos para el Moncada me recomendaron a mi, parece que el expediente mío decía que yo era un poquito chivador, porque Fidel le dijo en la máquina que yo iba, le dijo al compañero Alcalde, que iba manejando la máquina: “Ten cuidado con Almeida, que es un poquito chivador, y eso”, y me llevaron por la Carretera Central hasta Santiago de Cuba como un presidiario casi. Parece que el compañero Alcalde pensaba que yo me iba a darme a la fuga, y yo no lo pensé en ningún momento, porque yo pensé que no era una práctica ya, ir a Santiago de Cuba, a los carnavales de Santiago de Cuba, por el premio de haberme comportado tan bien en los ejercicios y demás.

Después, cuando llegamos allá a Santiago, fue el día 25, como a las 4 y media, que llegamos a Santiago de Cuba. Nos alojaron en una casa, en Celda 8, y de ahí de Celda nos trasladaron a otra, de la que nos fue a recoger como a las doce de la noche el compañero Guitart. Nos llevaron a Siboney; en Siboney empezaron a repartir los uniformes…

Vi que los compañeros se ponían los uniformes, se ponían las corbatas…

Uniformes de soldados de la tiranía. Yo dije: “Bueno, ya me va a tocar mi fusil, ¿no?” Esperaba mi fusil yo con un esmero y unas ganas de verme con mi fusil, pero cuando veo lo que me toca: un 22. Cuando me tocó el 22 ese me enfrié…

Ya desde que llegué a Celda 8 ya vi que no era una práctica, que era de verdad que se iba a librar un hecho insurreccional. Yo te voy a manifestar con honradez que cuando me dieron el fusil ese a mí se me enfrió el corazón; después tuve que darle masaje natural para que volviera a latir, porque se paró.

El problema no era el hecho, ¡era un fusil 22, tú! Empezaron a repartir las balas, cogí mis cuatro cajitas de balitas 22, hasta que se aproximara la hora.

Fidel, antes de salir para allá, les habló a los compañeros del momento histórico…

Tú sabes como es Fidel hablando.

Yo no me acuerdo bien; pero sí recuerdo que uno de los párrafos que dijo fue que aquel era un momento histórico que íbamos a vivir, que la historia siempre recordaría a los compañeros, y que nos íbamos a ganar un lugar muy bien merecido en el libro de la historia.

Ahí hubo unos incidentes de unos compañeros que se acobardaron allí, y que Fidel mandó que los encerraran, y que en las condiciones actuales yo los hubiera mandado a fusilar; fueron los culpables de que hubiera cierta confusión… en una bifurcación del camino, se desviaron las máquinas.

(Libro de los doce. Instituto Cubano del Libro ed. Guairas, La Habana, 1968)

 
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