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Cien Horas con Fidel  
Fidel habla del Moncada. El asalto al cuartel Moncada  (I)

Tomado del libro "Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet", editado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de la República de Cuba, Tercera edición, La Habana, 2006, páginas 145-177.

¿Cuándo decide usted atacar el cuartel Moncada?

Sospechaba, tenía indicios, de que Batista planeaba un golpe de Estado. Se lo comuniqué a la dirección del Partido Ortodoxo; ésta solicitó a personas de su confianza que investigaran, lo hicieron, y le dijeron a la Dirección, de la cual yo no era miembro, que no había peligro, que todo estaba muy tranquilo. Ya le conté.

¿Cuándo decidimos atacar el Moncada? Cuando nos convencimos de que nadie haría nada, de que no habría lucha contra Batista, y de que un montón de grupos existentes —en los que había mucha gente que militaba en varios a la vez— no estaban preparados ni organizados para llevar a cabo la lucha armada que esperábamos.

  Ignacio Ramonet y Fidel Castro

Un profesor universitario, Rafael García Bárcena, por ejemplo, vino a hablar conmigo, porque quería tomar el cuartel Columbia de La Habana, baluarte fundamental del régimen. Me dice: “Yo tengo gente dentro que apoya”. Le digo: “¿Usted quiere tomar Columbia, porque le van a franquear el camino? No hable entonces con nadie más, que nosotros tenemos los hombres suficientes y podría mantenerse discreción total.”¡Ah¡, hizo todo lo contrario, habló con más de veinte organizaciones, y a los pocos días toda La Habana, incluso el Ejército, sabía lo que preparaba aquel profesor, un hombre bueno, decente, que daba algunas de esas clases que los militares con rango reciben como parte de su preparación. Bárcena era uno de esos profesores. Como era de esperar, todo el mundo cayó preso, incluido el profesor.

Ya antes del esperado desenlace, que se produce algunas semanas después de mi conversación con Bárcena, al conocer que la próxima toma de Columbia era vox populi, decidimos actuar en un futuro inmediato con nuestra propia fuerza, que era superior en número, disciplina y entrenamiento a todas las demás juntas. Duele decirlo, pero era así. Entre aquellas organizaciones, una de las más serias y combativas era la Federación Estudiantil Universitaria. Pero sus páginas más brillantes, bajo la dirección de José Antonio Echeverría, recién ingresado a la Universidad, y del Directorio Revolucionario, organización creada por él en 1956, estaban por escribir.

Analizamos la situación y elaboramos el plan. Habíamos escogido a Santiago de Cuba para iniciar la lucha. No volví a conversar con el profesor. Un día, cuando regresaba por carretera de un viaje a aquella ciudad, escuché por radio la noticia de la captura de Bárcena y varios grupos de civiles en distintas esquinas alrededor de Columbia.

Cuartel Moncada en Santiago de Cuba  

¿Cómo consigue usted reunir al grupo de militantes que van a atacar el Moncada?

Yo había hecho un trabajo de proselitismo y de prédica, porque tenía ya una concepción revolucionaria y el hábito de estudiar a cada uno de los combatientes que voluntariamente se ofrecían, calar bien sus motivaciones e inculcarles normas de organización y de conducta, explicarles lo que podía y debía explicarles. Sin aquella concepción no se podía concebir el plan del Moncada. ¿Sobre la base de qué? ¿Con qué fuerzas vas a contar? ¿Con qué combatientes? Si no cuentas con la clase obrera, los campesinos, el pueblo humilde, en un país terriblemente explotado y sufrido, todo carecería de sentido. No había una conciencia de clase; había, sin embargo, lo que a veces yo calificaba como un instinto de clase, excepto en aquellos que eran miembros del Partido Socialista Popular (comunista), bastante instruidos políticamente. Hubo un Mella, líder universitario, joven, brillante, que junto a un luchador de la guerra de la independencia había fundado en 1925 el Partido Comunista de Cuba. Ya lo he recordado más de una vez. Pero en 1952 ese partido estaba aislado políticamente, en plena época de macartismo y bajo la influencia de una feroz campaña imperialista, con todos los medios a su alcance, contra cualquier cosa que oliera a comunismo. La incultura política era enorme.

¿Tardó usted mucho en reunir a esos hombres?

Fidel Castro y un grupo de asaltantes al Cuartel Moncada y al Carlos Manuel de Céspedes  

Eso fue relativamente rápido. Me asombraba la rapidez con que, usando una argumentación adecuada y un número de ejemplos, tú persuades a alguien de que esa sociedad es absurda y hay que cambiarla. Inicialmente comencé esta tarea con un puñado de cuadros. Había mucha gente que estaba contra el robo, la malversación, el desempleo, el abuso, la injusticia; pero creía que eso se debía a los malos políticos. No podían identificar el sistema que ocasionaba todo eso.

Ya se sabe que las influencias del capitalismo, invisibles para el común de las gentes, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. Existía en muchos la convicción de que si traían del cielo un arcángel, el más experto, y lo ponían a gobernar la República, con él vendría la honradez administrativa, se podrían crear más escuelas y nadie se robaría el dinero para la salud pública y otras necesidades apremiantes. No podían comprender que el desempleo, la pobreza, la falta de tierras, todas las calamidades, el arcángel no podía resolverlas, porque aquellos enormes latifundios, aquel sistema de producción no admitía poner fin absolutamente a nada. Mi convicción total era que el sistema había que erradicarlo.

Aquellos muchachos eran ortodoxos, muy antibatistianos, muy sanos, pero no poseían educación política. Tenían instinto de clase, diría, pero no conciencia de clase.

Eduardo Chibás, fundador del Partido Ortodoxo  

Nosotros, como expliqué inicialmente, comenzamos a reclutar y entrenar los hombres para participar, como algo que parecía elemental, junto con los demás, en una lucha por restablecer el status constitucional de 1952, cuando fue interrumpido, dos meses y 20 días antes de las elecciones, por Fulgencio Batista, un hombre con gran influencia militar en su viejo y no purificado ejército, quien concibió el golpe de Estado a partir de su convicción de que no tenía posibilidad alguna de ganar las elecciones.

Nos organizamos como fuerza combativa, repito, no para hacer una revolución, sino para unirnos a todas las demás fuerzas antibatistianas, porque después del golpe del 10 de marzo de 1952 era elemental que se unieran todas esas fuerzas. Estaba el partido ganador de las elecciones de 1948 en el gobierno, el Auténtico, bastante corrompido, pero Batista era mucho peor. Había una Constitución, todo un proceso electoral en marcha, y 80 días antes de las elecciones de junio, aquel 10 de marzo de 1952, Batista dio el golpe.

Las elecciones iban a ser el 1ro de junio. Él era también candidato de su partido, pero las encuestas decían que no tenía posibilidad alguna de ser elegido, que la victoria sería por amplia mayoría para el partido fundado por Chibás, el Ortodoxo. Entonces Batista llevó a cabo su artero golpe militar. Todo el mundo comienza a organizarse y hacer planes para derrocar aquel gobierno ilegal y despótico.

 
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