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Historia viva     El estilo de trabajo de los combatientes
Jesús Montané Oropesa
Mucho se ha escrito sobre los sucesos del cuartel Moncada y de Bayamo el 26 de julio de 1953, pero poco o nada sobre el estilo de trabajo de los combatientes de esa heroica acción.

Nuestra organización nace como una necesidad histórica de las masas revolucionarias de la Cuba de 1952.

El minuto histórico imponía métodos de lucha distintos, con procedimientos nuevos acorde con la situación imperante en el país.

La vieja estructura de los partidos tradicionales era incompatible con las necesidades de un movimiento revolucionario que se proponía sacudir las entrañas mismas de la estructura social, política y económica de la nación.

Nuestro movimiento tenía un carácter secreto y selectivo.

Aquí solo tenían cabida los hombres y mujeres honestos que no tuvieran complicidad con el pasado.

Los militantes de nuestra organización estaban obligados a guardar el más absoluto secreto de las actividades de la misma.

Allí no había cabida para los indiscretos, para los fantoches o para los que jugaban a la revolución.

Por otro lado a los militantes se les comunicaba, que en última instancia se iba a combatir al régimen con las armas en la mano, pero no se le decía cómo, cuándo ni dónde.

Nuestro movimiento era celular, aunque las células no contaban con número fijo de hombres. Había células en Artemisa, Guanajay y Pinar del Río, así como en La Habana en los distintos barrios, en los distintos barrios, en Madruga, Güines, Nueva Paz, Calabazar, Güira de Melena y en Colón, Matanzas. En Oriente, nuestro contacto lo era el compañero Renato Guitart que fuera asesinado por los esbirros de Chaviano cerca de la posta 3.

Cada célula tenía un jefe que era el responsable de la misma.

Cuando se hacían las prácticas de tiro en la Universidad o en la finca Los Palos, cerca de Nueva Paz, o en Pinar del Río se comunicaba la orden a los jefes de las células y ellos se encargaban de llevar y traer a los compañeros con discreción. Jamás hubo un error y nadie fue capturado en estos trajines. La coordinación y la discreción de nuestros jefes fueron siempre absolutas, así como la conducta de los militantes fue siempre magnífica.

La Dirección Nacional de nuestro Movimiento estaba compuesta por un Comité Civil y otro Militar. El jefe de la Organización lo era Fidel Castro Ruz y el segundo jefe Abel Santamaría Cuadrado.

(….)

Esa división se hacía con el objetivo de separar las funciones de la Dirección y que cada cual solo conociera aquella que por la índole de su cargo, debiera conocer.

A pesar de la integridad revolucionaria y de la discreción de los miembros de la Dirección esta división de las funciones era absolutamente necesaria para asegurar el secreto de la operación.

Nosotros recordamos con precisión la tónica de nuestras reuniones. Todos los fines de semana se reunía la Dirección del Movimiento y los compañeros Fidel y Abel ejercían una severa pero justa crítica sobre las actividades de los miembros de la misma. También cuando era necesario se criticaban fuertemente sobre algún error cometido.

Este estilo de trabajo nos dio magníficos resultados. A medida que transcurría el tiempo la organización se iba ajustando y cada vez la coordinación era mayor en aquel novel grupo que por primera vez en su vida se enfrentaba a la experiencia más formidable de nuestra vida republicana.

La figura de Abel ejerciendo una critica fuerte sobre nuestros errores aún nos pone rubor en las mejillas. Abel era generoso, humano, pero intolerante ante la chapucería en el trabajo o la irresponsabilidad. Nos decía, “Mira, Canino, como cariñosamente nos llamaba, tienes que poner mayor interés en el trabajo revolucionario. A la patria hay que servirla plenamente y no a medias. Nuestra responsabilidad con el pueblo, con la posteridad es muy grande y tú no puedes quedarte rezagado en esta lucha que emprendemos. Tienes que ser de los primeros porque juntos hemos iniciado esta tarea y juntos también hemos de terminarla”.

También viene a mi memoria, con perfiles firmísimos, las criticas que le hacíamos a Boris –que había ingresado en la Dirección del Movimiento después del 27 de noviembre de 1952 y por lo tanto había sido uno de los últimos en integrarla, por lo que no estaba familiarizado con nuestro estilo de trabajo, en relación a que a veces, se comprometía con tareas que por su magnitud era imposible cumplirlas en el tiempo que él mismo se fijaba.

No obstante poseer un carácter fuerte, vehemente, Boris admitía las críticas con una humildad que nos desarmaba a todos.

En el transcurso de la lucha se fue forjando, ganando en disciplina y terminó siendo uno de nuestros mejores cuadros revolucionarios.

Esos compañeros entendían la crítica como un método certero para superar los errores y cuando se hacían la autocrítica era para liquidar definitivamente el error cometido y jamás reincidir en él.

Y si a los miembros de la Dirección se les exigía disciplina revolucionaria también en forma similar se les exigía a los militantes.

En cierta ocasión Fidel tuvo que llamar a contar a un miembro de la organización que comenzaba a hacerse adicto a las bebidas alcohólicas. Ese compañero fue separado provisionalmente de la organización como castigo y se le señaló que hasta que no abandonara ese despreciable hábito no seria reingresado.

Aquel compañero con gran modestia y dolor admitió su error y no solo lo superó sino que en el asalto al cuartel Moncada fue uno de nuestros combatientes más sobresalientes ofrendando su preciosa vida a la causa sagrada de la Revolución cubana.

En nuestro movimiento estaba absolutamente prohibido ingerir bebidas alcohólicas. No podía ser militante quien tuviera ese malsano hábito.

La vida de aquellos revolucionarios estaba presidida por la austeridad y la moralidad más absolutas.

Abel siempre nos decía que para ser verdaderos revolucionarios había que empezar por tener una moralidad acrisolada. Y era aún más severo cuando se dirigía a nuestras compañeras. Les decía: “Con los prejuicios que aún quedan en mucha gente la mujer revolucionaria debe ser muy exigente con ella misma. Debe mantener la moral más alta que nunca, porque son ustedes las primeras de un gran movimiento revolucionario y por el ejemplo de ustedes las demás mujeres van a determinar su incorporación o no a la lucha armada”.

Ese era sencillamente el estilo de trabajo de los forjadores de la victoria moral que representó el asalto al cuartel Moncada y de Bayamo.

(Revista Verde Olivo, 26 de julio de 1964)

 
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