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  Rubén Darío
Martí, Darío y el Modernismo
Astrid Barnet
Colaboradora de Radio Rebelde
18 de febrero de 2009, 10:30 a.m.

La Habana, Cuba.- Entre 1880 y 1890 el panorama literario hispanoamericano ofrece un momento de cambio notorio, en especial, en la pugna entre una corriente literaria que lucha por sobrevivir y otra que puja por nacer.

Este es un período de prosperidad que exhibía sus galas en América: lujo, suntuosidad, aparente seguridad social, entre otras características, conllevaron a un aire de floración hasta entonces no visto por estas latitudes. Indudablemente, el clima imperante en todo el continente hispano –excepto Cuba y Puerto Rico--, permitía el crecimiento de una sociedad desembarazada (en cierto modo) de las urgencias de necesidades inmediatas. Más preparada para consumir cultura. Pero, en realidad, en este escenario de auge económico y de aparente quietud social, tendría lugar una faceta de ese vasto movimiento de balance y liquidación de una época que se inicia en todo el mundo occidental a fines del siglo XIX.

Distintos factores exclusivamente sociales y económicos, iban a ser gérmenes de este impulso renovador de nuestras letras que conocemos con el nombre de Modernismo.

Durante mucho tiempo se afirmó que Azul, de Rubén Darío --obra publicada en 1888--, marca el punto de arranque del Modernismo. Sin embargo, más recientemente –y en concordancia con un mayor conocimiento de la Obra martiana, es usual hacer retroceder unos años esa fecha y señalar como punto inaugural el año 1882, fecha del Ismaelillo, de José Martí. Mas, sin negar la significación y sentido renovador de nuestro Héroe Nacional, la importancia de Azul, de Darío, se apoya en el carácter espectacular de la obra en su evidente difusión epocal y en su ejemplo para tantos escritores de Nuestra América que se agregan al Modernismo.

Darío es la gran figura de ese movimiento literario. A tal extremo que, para algunos estudiosos, la poesía en Hispanoamérica hay que dividirla en dos grandes momentos: hasta Darío y a partir de él.

¿A qué reflexiones debemos arribar entonces en relación con el Modernismo y la figura de Darío y Martí?

El movimiento Modernista, que en orden literario se promovió en la América de habla hispana, obedeció a diversas tendencias del período post romántico similares a las que se habían manifestado en otras literaturas, especialmente en Francia, donde con el Parnasianismo se entronizó el culto de la forma y el Simbolismo con el que se renovaron, además del ideario poético, los modos de expresión y la técnica del verso.

El Modernismo fue, ante todo, un movimiento de reacción contra los excesos del Romanticismo --que ya había cumplido su misión e iba de pasada--, y contra las limitaciones y el criterio estrecho del retoricismo. El punto de partida de este movimiento fue su rechazo a las normas y formas que no se avinieran a su tendencia renovadora. Por tanto, modernista era aquel que volviera las espaldas a los viejos cánones y a la vulgaridad de la expresión.

Al no constituir propiamente una escuela, en el Modernismo no cabían los viejos dogmas escolásticos. No bebió tampoco en fuentes españolas, mas sí constituyó un eco de todas las tendencias literarias que predominaban en Francia a lo largo del siglo XIX: el Parnasianismo, el Simbolismo, el Realismo, el Impresionismo y para completar el cuadro, el Romanticismo, cuyos excesos combatía. Sin embargo, de este último, los modernistas no repudiaron el influjo de los grandes románticos en cuanto a emoción lírica y sonoridad verbal.

Las características principales de este Movimiento son el resultado de una voluntad de estilo que conduce al perfeccionamiento artístico de la expresión lírica y de la prosa; a las innovaciones métricas y eufóricas; al empleo de sonoridades sugerentes; a la sensualidad cromática y al exotismo evasivo y aristocrático, entre otras. Simultáneamente una actitud de repliegue a un mundo exclusivo, pero también inconfundible: la autonomía americana que señorea nuestras letras y la llevan al otro extremo de los mares.

Según el crítico literario argentino Enrique Anderson Imbert: “Martí fue el primero en colaborar con el género novela en la renovación literaria que llamamos Modernismo. Describe una naturaleza bucólica, arcádica, pastoril, rococó, literarizada…Martí aparece próximo a Darío por su mención a una cultura aristocrática, cosmopolita, esteticista. Su mayor herencia literaria era castiza –escritores renacentistas, barrocos--, no francesa. Se quejaba de la inercia idiomática de los españoles…No concebía la literatura como actividad de un especial órgano estético. Escribir era para él un modo de servir. Celebraba las letras por sus virtudes prácticas; la sinceridad con que desahogan las emociones onerosas del hombre, la utilidad con que ayudaban a mejorar la sociedad; el patriotismo con que plasmaban una conciencia criolla.

“Fue poeta de doble acento, romántico y modernista, personalísimo siempre, rápido siempre en sus saltos de intuición a intuición, eficaz en vestir con una imagen concreta la idea más abstracta: y pasó el tiempo y pasó / un águila por el mar, es su modo dinámico de contar los minutos”.

A partir del Modernismo “nunca se utilizó tanto ni tan líricamente la palabra América”, significó Alejo Carpentier, aunque no en el sentido de percatación americana que encarnó tan magníficamente nuestro José Martí.

Indiscutiblemente que Darío ocupa el más alto lugar. Nos dejó páginas singulares en las que recoge con nuevas elocuencias la ansiedad de nuestros pueblos. Nadie discutirá que, dentro de esa Edad de Oro de la literatura continental, aparece por siempre su nombre. Para algunos críticos, el poeta nicaragüense constituye un tramo de la modernidad o de la universalización de la Literatura latinoamericana que cuaja, en lo lírico, en su voz más duradera.

   
 
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