LA HABANA, CUBA, -Cuando se hace un recuento de los hombres inolvidables cuyos nombres pasaron a los anales de la historia a partir de nuestra última gesta libertaria, no puede faltar en esa lista Manuel Fajardo Rivero, “Piti”.

De ese mulato alto y delgado que bajó de la Sierra con la estrella de Comandante y que actualmente da nombre a los institutos Superiores de Cultura Física de todo el país, se ha hablado mucho, pero se conoce muy poco.

Este encumbrado personaje —nacido el 8 de noviembre de 1930 en Manzanillo, Granma—, pudo simplemente pasar a la memoria histórica de Cuba por el hecho de haber estado como médico y soldado cerca de Fidel Castro en los momentos decisivos de la guerra.  

Pero Piti hizo más. Sin buscar gloria ni títulos. Primero, cuando salió a las calles de Manzanillo a protestar por el robo de la campana de La Demajagua;  o después del triunfo de 1959, cuando estuvo al frente de varias tareas, como la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en El Caney de Las Mercedes.

Con esos datos bastaría para ser recordado por miles, pero dejan de reconocer otras grandezas de este hombre menudo, quien apenas vivió 30 años pero que le bastaron para convertirse en un consumado voleibolista y un experto en cirugía.

Alguien que se horrorizó con la discriminación sufrida por los negros en Estados Unidos, durante un viaje por ese país en 1948. O el estudiante ejemplar, entre los mejores de su clase, desde su ingreso en el primario José María Heredia hasta su graduación como Doctor en Medicina en la Universidad de La Habana en 1955.

Desde bien chico se interesó por la práctica del voleibol. Dicen que de pequeño solía ejercitarse en el juego de los súper reflejos en los pocos terrenos habilitados en la Ciudad del Golfo. Varios manzanilleros, especialmente los más longevos, recuerdan todavía los remates y saques de Manuel Fajardo.

Su maestría llegó a tal grado en ese deporte que se convirtió en campeón júnior. Más no solo practicó la disciplina de la malla alta. Pues aunque poco conocida, también sintió afición por la pelota, en la que incursionó de niño en su humilde barrio.

Al respecto, su madre, la doctora Francisca Rivero (Panchita) expuso en una entrevista publicada hace algunos años: “Era un muchacho como cualquier otro. Le gustaban mucho los deportes, de manera especial la pelota, nadar, el mar y el voleibol”.

El médico
La vocación por la medicina le nació a Piti seguramente por la parte materna. Sus excelentes resultados académicos le abriría el camino a la universidad en una época difícil, al decir de su propia progenitora, pero en la que “hizo muchos amigos por su carácter noble y jovial”.

Cuentan que cuando fue alumno interno del hospital de Emergencias en la capital,  los especialistas más diestros y viejos se disputaban entre sí el derecho de tenerlo como ayudante. Aun así, al graduarse, decidió regresar a su natal ciudad.

El destino lo situaría en la clínica La Caridad, al lado del médico René Vallejo, amigo de Celia Sánchez Manduley, con la cual coordinó la asistencia de los posibles heridos del Movimiento 26 de Julio y los futuros miembros del Ejército Rebelde.

Cuando Vallejo es detenido por el esbirro Salas Cañizares, célebre por sus fechorías y asesinatos, son descubiertas las actividades clandestinas que se realizaban en la clínica La Caridad. Este hecho hace que el joven médico tome el camino de la Sierra, en el mes de marzo de 1958.

Esa es tal vez la fase más conocida de la vida de este manzanillero: laboró como médico en el hospital de Pozo Azul y empuñó su arma en los combates de El Jigüe, Cerro Pelado, Las Mercedes, Providencia y otros.

Fidel  lo nombra jefe de arsenal de guerra y contabilidad de equipos y después se le asigna la misión de integrar el IV Frente Simón Bolívar. Junto al experimentado   guerrillero siempre marchó el hombre contento y reservado por naturaleza.

La era de Piti posterior al triunfo también se conoce medianamente. Sin embargo, algunos pasajes como su viaje a Porto Alegre, Brasil, para intervenir en un congreso internacional de cirujanos, no han sido muy divulgados. Tampoco se ha hablado lo suficiente de las cortas fechas en que estuvo en la capital del país como médico de cabecera de Fidel Castro.

Más amplificadas han sido sus labores como director del hospital militar de Santiago de Cuba y del civil de Manzanillo. También hay materiales impresos sobre su faena al frente de las tropas que construyeron la primera obra educacional de la Revolución, una ciudad escolar en las faldas de la Sierra, llamada posteriormente Camilo Cienfuegos e inaugurada el 26 de julio de 1960.

La última de sus misiones fue desarticular las bandas armadas del Escambray, en la que perdió la vida, apenas un año y 11 meses después del triunfo revolucionario. Era la noche del 29 de noviembre de 1960. Andaba, como jefe, tras una camada de bandidos y en esos trajines, sorpresiva y confusamente, cayó.

Su sepelio unas horas después, en Manzanillo, se convirtió en una de las enormes concentraciones que recuerde esta ciudad de más de 100 000 habitantes.

El propio Fidel acudió a despedir el duelo y a hablar de la vida del soldado, el médico, el combatiente. El líder de la Revolución puntualizó que el mayor premio de su ejemplo fue el cariño eterno de su país y de sus gentes virtuosas.

Esa bala asesina, sin embargo, no extinguió su nombre porque ya Manuel Piti Fajardo Rivero había irrumpido en la historia.