Hablar de Rosita Fornés es hablar de una leyenda viva del espectáculo latinoamericano, una artista que desbordó glamour, talento y carisma desde los escenarios de La Habana hasta los sets de cine en México. A ella dedicamos el episodio No. 13 del podcast Encuentro.
Nacida como Rosalía Lourdes Elisa Palet Bonavia en Nueva York en 1923, Fornés fue mucho más que una vedette: fue cantante, actriz, bailarina y, sobre todo, una mujer que supo reinventarse y conquistar públicos de todas las generaciones.
El nacimiento de una estrella y su salto a México

Rosita debutó a los 15 años en la radio cubana, ganando un concurso con “La hija de Juan Simón”, y desde ahí no paró: se formó con los mejores maestros y se lanzó de lleno al teatro, la zarzuela y la opereta, donde brilló con luz propia.
Pero fue en la década de los 40 cuando su carrera dio un salto internacional: México la adoptó y la convirtió en una de sus grandes figuras del cine de oro, compartiendo cartel con los más grandes y ganándose el título de “la mejor vedette de México”.
Su huella en el cine mexicano y cubano

En el cine mexicano, Rosita Fornés fue sinónimo de versatilidad y encanto. Participó en películas como El deseo (1946), La carne manda (1947), Mujeres de teatro (1951), Del can-can al mambo (1951), Piel canela (1953) y El mariachi desconocido (1953), entre muchas otras.
En estos filmes, Rosita no solo deslumbraba con su belleza y voz, sino que se metía en la piel de personajes entrañables: desde la artista de cabaret hasta la mujer fuerte y soñadora, siempre con una autenticidad que traspasaba la pantalla.
Sin embargo, el cine cubano tardó en reconocer su grandeza. Fue hasta los años 80, con la película Se permuta, de Juan Carlos Tabío, que el público cubano redescubrió a una Rosita terrenal y cercana, capaz de dejar atrás el divismo para interpretar a una madre de barrio, envuelta en el ajetreo de las permutas habaneras.
Este papel marcó un antes y un después, mostrando su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos y conectar con la realidad cotidiana de Cuba.
A partir de ahí, su presencia en el cine cubano fue imparable: Plácido (1986), Papeles secundarios (1989), Quiéreme y verás, son solo algunos de los títulos que confirman su vigencia y su capacidad para reinventarse.