Aquella tarde-noche del 17 de noviembre del año 2005, durante la celebración del Día Internacional del Estudiante, el Comandante en Jefe Fidel Castro habló a los jóvenes – y también a los no tan jóvenes- reunidos en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Fue un discurso muy crítico, pero nada pesimista. Fidel planteó una idea que inevitablemente subyace en la comprensión de cualquier proceso histórico: la reversibilidad de sus transformaciones.
Las palabras -que parecieran dichas hoy- del líder histórico de la monumental obra revolucionaria, marcaron un antes y un después en el curso de la Revolución cubana.
«¿Es que las revoluciones -se preguntó- están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles (se dirigió especialmente a los estudiantes) una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: “¡No!”) ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?».

Fidel, durante las seis horas de clase magistral y de compromiso con la historia, fue muy explícito en su intervención al explicar que debíamos estar atentos ante las amenazas externas contra la Revolución, pero a la vez nos alertaba sobre la necesidad de prestar más atención a aquellos males propios que pudieran destruirla.
Un silencio total se adueñó del recinto, donde el eterno joven rebelde nos recordaba que los errores propios, son tan peligrosos como toda la maquinaria de nuestros poderosos enemigos.
«Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos (los imperiales y sus mercenarios); nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra». Así lo expresó el Comandante en Jefe Fidel Castro.
Como hace unos años escribió un dirigente estudiantil de aquella época, las palabras de Fidel fueron mágicas, y «todos caímos rendidos ante esa capacidad especial que él tiene de movilizarnos. Fueron un grito de combate».

Fidel, como en cada intercambio con la juventud, fue muy sincero y habló de valores, justo cuando también recordaban que en septiembre de ese año se habían cumplido los 60 años de su entrada a la Universidad de La Habana. Así que se sintió en casa, en su Universidad, en la que se hizo revolucionario.
Entonces, pronunció un discurso que marcaría un hito político en la historia de la Revolución, porque nos convidó a mirar hacia dentro, desde la reflexión más profunda de todos nuestros errores e insuficiencias; y también desde el llamado a la participación popular, para librar la batalla decisiva desde los valores éticos forjados por la obra revolucionaria.
El discurso de aquella tarde-noche memorable fue un llamado a no desistir jamás, a combatir frente a las adversidades, a no rendirnos frente a los imposibles, a creer en las utopías, y a no renunciar a los sueños, a luchar sin descanso contra el burocratismo, la insensibilidad, las ilegalidades, la corrupción y muchos otros males, que para nuestra sociedad son igualmente tan peligrosos, como los planes horrendos de los enemigos de siempre.
Hace 20 años Fidel nos dijo que el reto mayor está en nosotros mismos. A dos décadas de su histórico discurso, resulta imprescindible regresar a sus palabras para enfrentar los desafíos del presente.

Aquel del 17 de noviembre de 2005, no fue para nada un discurso pesimista, todo lo contrario. Fue una lección de vida, una convocatoria a vencer bajo cualquier circunstancia, fue una clase tremendísima de dignidad y valentía, fue un legado para los tiempos que vendrían. La intervención de Fidel, en el Aula Magna, fue un discurso para el futuro, un discurso para todos los tiempos.
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