Por: Argentina Alcántara Rodríguez
En la explanada de La Punta, justo al cruzar la avenida del malecón habanero, se alza un monumento que rememora el injusto asesinato de ocho estudiantes de medicina, ocurrido el 27 de noviembre de 1871.

Los jóvenes Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, Anacleto Bermúdez González de Piñera, José de Marcos y Medina, Ángel Laborde y Perera, José Pascual Rodríguez y Reyes, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, Eladio González Toledo y Carlos Verdugo y Martínez, hijos de la entonces Real y Literaria Universidad de La Habana fueron sentenciados a muerte bajo la falsa imputación de haber ultrajado la lápida y el sepulcro de Gonzalo Castañón, un periodista español de marcada ideología conservadora y ferviente defensor del colonialismo en Cuba.
En realidad, ninguna profanación había tenido lugar y, en cambio, la acusación fue una artimaña urdida en las sombras del poder colonial, utilizada como excusa para reprimir a aquellos que abrazaban la visión de una Cuba libre.
Una exhaustiva investigación realizada en 1971 por el historiador Luis Felipe Le Roy y Gálvez desveló que, en la tarde del 23 de noviembre de 1871, el grupo de estudiantes se dirigía a su clase de Anatomía en el anfiteatro de San Dionisio, adyacente al Cementerio de Espada.
Mientras cruzaban un solar yerno, se detuvieron en un juego de pedradas entre ellos. El capellán del cementerio, al pasar, les reprochó su comportamiento. Al llegar al anfiteatro y no encontrar al catedrático profesor, decidieron aguardar jugando en la plazoleta frente a la entrada del cementerio. Allí, con un carro fúnebre destinado a trasladar cuerpos a la sala de disección, se entregaron a una diversión juvenil.

Sin embargo, ese juego inocente fue manipulado con alevosía y transformado en una falsa transgresión. Aunque un juicio inicial pareció favorecer a los jóvenes, la intensa presión de los Voluntarios del Comercio —milicias paramilitares compuestas por inmigrantes españoles y acérrimos defensores del régimen colonial— forzó un segundo proceso, culminado en la sentencia condenatoria.
Como señaló el doctor en Ciencias Históricas Fabio Fernández Batista: “los estudiantes, objetivamente, eran inocentes del crimen por el que se les condenó, pero, como grupo social, no eran inocentes de profesar de manera creciente un amor por Cuba y de ser impugnadores e interpeladores del poder colonial. En el plano político, eran portadores de un espíritu que España quería reprimir.”
En ese sentido, ser cubano y albergar sueños de libertad era, entonces, un delito mortal que pagaron con su sangre.
Ni la ausencia de pruebas contundentes, ni la evidente coartada de que uno de los acusados siquiera se encontraba en La Habana en esas fechas, ni el pago en oro ofrecido por un padre para salvar a su hijo, pudieron detener aquel crimen.

El día de la ejecución, de manos atadas y con un crucifijo en las manos, fueron conducidos a la explanada de La Punta, a la vista del Castillo del Morro. De dos en dos, de espaldas y de rodillas, encararon el muro que sería testigo de su injusta muerte. A las 4:20 de la tarde, uno tras otro, fueron fusilados sin derecho a defensa ni esperanza de indulto.
El artículo histórico “Tributo a los 8 estudiantes de Medicina en el 150 aniversario de su fusilamiento”, de 2021, expone que existe un relato menos difundido que sostiene que mientras los estudiantes eran llevados a su trágico destino, varios valientes, aunque escasamente armados, se abalanzaron contra el destacamento militar que los custodiaba, en un intento por liberarlos. Lograron herir a algunos soldados y voluntarios, pero la heroicidad no prosperó, pues fueron perseguidos y cinco de ellos masacrados.

Hoy, la memoria de la inocencia de esos jóvenes sigue en la conciencia cubana. Cada año, miles de estudiantes, desde la escalinata de la Universidad de La Habana hasta La Punta, marchan en su homenaje. Ante el monumento, se evoca el pase de lista. Uno a uno, se pronuncian los nombres de los ocho mártires, y los presentes responden con un “¡presente!”; por cada uno de ellos, la fuerza del estudiantado cubano se multiplica.
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