Aida Diestro, la alquimista de la música cubana

La música y la alquimia parecen mundos distantes, pero no lo son. Quizás no exista nada que estreche más los caminos de estas artes que la necesidad de alterar la naturaleza de las cosas. Mientras que el alquimista busca convertir los metales en oro y llevar el alma a un nivel de perfección; el músico intenta más que reflejar emociones, transformarlas. Y es que una melodía puede «calcinar» pensamientos, «disolver» miedos y «coagular» intuiciones. Tal vez, dentro de la historia de la música cubana, no haya existido una mujer más consciente de esta idea que la pianista y directora de coro Aida Diestro.

Seducida por la empresa de convertir el plomo cotidiano en oro, Adelaida Diestro Rega no solo estudiaría unos meses la carrera de Física-Química en la Universidad de La Habana, también comenzaría a descifrar el lenguaje simbólico de la música de la mano de su padre, un pastor presbiteriano. La iglesia de la calle Salud, en el barrio habanero de Cayo Hueso sería su laboratorio. Allí, aprendería diversas técnicas para vitalizar y purificar, progresivamente, las más diversas voces cual si fueran sustancias de origen mineral.

Con la experiencia de trabajar como  repertorista y pianista acompañante en la radioemisora Mil Diez donde conocería a César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Tania Castellanos, Adolfo Guzmán, entre otros músicos, Aida Diestro no emprendería su Gran Obra hasta la creación, en la década de los cincuenta, del Cuarteto Las D’ Aida. Integrada en un inicio por las hermanas Haydée y Omara Portuondo, Elena Burke y Moraima Secada, esta agrupación femenina le daría la oportunidad a la Diestro de explotar al máximo sus conocimientos en el terreno de la alquimia musical.

 El trabajo de la armonía, el cuidado del fraseo y el relleno, así como el uso correcto del diafragma a la hora de respirar; le permitirían a Aida Diestro extraer «todos los jugos» de cada una de las voces a su disposición. A su vez, las integrantes del cuarteto al igual que Teseo en el laberinto de Creta debían desentrañar el alma de cada canción. Y es que no había manera de conmover al público si las «muchachas» no conectaban con aquello que había expresado el compositor.

Con la oportunidad de compartir escenario con artistas del prestigio de Rita Montaner, Bola de Nieve, Benny Moré y hasta el mismísimo Nat King Cole, Las D’ Aida se convertirían, sin duda, en una academia. Y es que las integrantes del grupo también debían cumplir otras reglas inviolables como hablar en voz baja para así cuidar y conservar su instrumento de trabajo. Además, no podían subir al escenario sin calentar la voz y debían ser puntuales.

 Con una muerte temprana, el 28 de octubre de 1973, dos meses antes de cumplir los 49 años, Aida Diestro llegaría a ser conocida como La Gorda de Oro- sobrenombre que haría honor no solo a su intuición para combinar voces que quizás la vida nunca hubiera unido, sino también a su capacidad para reinventar el cuarteto ante la salida de una cantante.

Con una existencia dedicada a repartir armonía a su alrededor, esta mujer, alcanzaría mediante la música el sueño de todo alquimista: sumergirse para siempre en el Alma del Mundo.

Más detalles en la propuesta radial:

Autor