Cada día del calendario es propicio para celebrarlos, protegerlos, darles amor; pero desde 1973, tras el encuentro el 6 de julio de ese año de Fidel con pioneros de todo el país, cada tercer domingo de julio Cuba festeja el Día de los niños.
En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la resolución 836 (IX) del 14 de diciembre, recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió a los gobiernos que lo celebraran en la fecha que cada cual estimara conveniente.
Encuentros en plazas y parques de todo el país, en consejos populares, barrios y comunidades colorearán este domingo tercero según precisó la presidenta de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM) Chabeli Arencibia Martel, quien precisó que la provincia sede de la celebración nacional es Artemisa por el buen trabajo allí realizado por la organización pioneril.
En proyectos comunitarios, casas de cultura y en cualquier espacio donde ilumine una sonrisa infantil tendrán lugar celebraciones con la participación de instructores de arte, grupos teatrales, compañías danzarias, y el imprescindible protagonismo de los niños y sus familias, que hoy también festejan.
No obstante, las muy difíciles condiciones que hoy marcan la vida en la Mayor de las Antillas, no ha de pasar por alto esta celebración y mucho menos deja de ubicarse entre las prioridades cotidianas la protección a los niños y adolescentes.
Tanto es así que en días recientes fue aprobado el nuevo Código de la Niñez, Adolescencias y Juventudes, normativa que constituye un nuevo paso a favor del derecho de estos grupos etarios y subraya el compromiso ético con su formación y desarrollo, desde un enfoque inclusivo e integral.
No por gusto el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, aseguraba en la clausura del Quinto Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su X Legislatura, el pasado día 18, que «Nada de lo que soñamos y hacemos tendría sentido sin nuestro mayor tesoro: las nuevas generaciones. O para decirlo con palabras más personales: nuestros hijos y nuestros nietos. Su felicidad y el mundo mejor posible que queremos legarles es lo que busca impulsar el Código.»