Isla de la Juventud.- A la doctora Indira Lorez Durán la conozco de mi barrio. De baja estatura y delgada complexión física porta su sobrebata, guantes, nasobuco y careta tal cual una gigante. Toca puertas, pregunta síntomas en la comunidad brindando una atención sanitaria más personalizada.

Su rostro sonriente se deja ver a través de sus ojos que sin importar la hora, las condiciones del tiempo, se empeña en busca palmo a palmo, de persona a persona, cualquier paciente con sintomatología relacionada con la COVID-19. Lo hace desde el consultorio 26 del médico de la familia y en su trayectoria durante las pesquisas sanitarias.

“Atendemos un universo poblacional de mil 124 pineros, y especial atención tienen los adultos mayores, embarazadas y niños. Es un trabajo que requiere constancia, para controlar la aparición de sintomatologías relacionadas con la pandemia”.

Me dice Indira que sí tiene miedo, que los médicos son humanos, pero que precisamente eso la hace más consecuente con las medidas de protección que asume en sí misma.

“Al terminar la jornada me quito todos los medios de protección y los pongo en una palangana de agua clorada y detergente, subo y voy directo a bañarme antes de tener contacto con mi familia. Incluso cuando detectamos un caso positivo, y a pesar de aplicar todo protocolo sanitario, pesquiso en mi la enfermedad, hacerlo me da tranquilidad”.

Hasta el momento, de este consultorio médico se han reportado cuatro casos positivos, demostrando que la atención primaria de la salud tiene gran valía en ese acercamiento desde la comunidad y en la búsqueda de síntomas respiratorios.

Para esta doctora pinera el trabajo es duro, son muchas medidas de protección y a veces se siente el agotamiento, pero sabe que en estos tiempos donde la sanidad adquiere suma importancia, la vocación de salvar vidas habla por sí sola. Ella, madre de Mauro, de tan solo 3 años, y de una adolescente, no se detiene ante el miedo. Se protege de todo riesgo y vela porque otros también lo hagan.

 

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