Museo de la Ciudad: La Habana canta su historia
2012.05.11 - 09:58:56 / web.radiorebelde@icrt.cu / Malvy Souto López
San Cristóbal de La Habana cuenta su historia desde las ambientaciones casi míticas de un Museo. A diario, revive su lento andar en busca de una identidad propia. Intrigas y avatares de lucha se mezclan en un recinto que trasciende por su esencia, al interior del Palacio de los Capitanes Generales.
El Museo de la Ciudad posee 40 salones de exhibición permanentes y se abre al caminante desde el fresco patio arbolado, con dos palmas reales que custodian, tácitamente, la estatua de Cristóbal Colón.
En esta planta destaca una recreación del arte religioso en la Isla, en homenaje a la Parroquial Mayor, iglesia que estableció el primer culto católico en la Villa y en cuyo terreno se erigió la Casa de Gobierno, que hoy funge como Museo.
Memorias del Catolicismo se develan entre pinturas, madera policromada, objetos litúrgicos y joyas de las diferentes sedes eclesiásticas y órdenes religiosas.
En las antiguas cocheras de Palacio perviven algunos carruajes de quitrín, con grandes ruedas y muelles baquetón, destinados a sortear, con confort, los pedregosos caminos de la época. También ostentan su ornato el conocido break inglés y el faetón, descollante por su ligereza. Caricaturas costumbristas de Landaluze y trajes de calesero comparten protagonismo con una réplica de la primera locomotora que circuló por la estación de VillaNueva en 1837.
Estampas de la sacarocracia cubana transpiran en medio de un lujo decorativo de estirpe ecléctica, a su vez aliñado con una maqueta que reproduce con pasmosa fidelidad, el ambiente del ingenio y el batey azucarero.
La mirada tropieza con un antiquísimo monumento, (el más antiguo de los que actualmente se conservan en la Isla), erigido a la memoria de la Señorita María Cepero Nieto, en el mismo lugar donde cayese mortalmente herida por un tiro casual de arcabuz mientras rezaba en la entonces Parroquial Mayor.
Una singular estatua broncínea de pequeño formato nos abre el acceso, con agasajos de anfitriona: La Giraldilla. Esculpida en honor de doña Inés de Bobadilla, único caso de mujer que asumiese el mando de la Isla tras la partida expedicionaria del esposo; esta recreación deviene la primera escultura fundida en la ciudad.
La escalera conduce a la Sala de los Cobres, donde se regodea la historia de las artes de la metalurgia cubana, oficio que por su utilidad se ganó un sitial de honor en la cotidianeidad criolla.
Contigua, se exhibe una muestra de arte funerario con las lápidas y nichos de mármol rescatados del primer cementerio de La Habana. Entre sus reliquias destaca la losa de la tumba de Juan Bautista Vermay, primer director de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Cierran el recorrido una treintena de estatuas marmóreas provenientes de diferentes puntos del espacio público habanero y una serie anónima de las cuatro estaciones pertenecientes a los patios de la familia Loynaz del Castillo, que sirviesen de escenario a la novela Jardín, de Dulce María Loynaz.
La planta alta nos abre las páginas de la política nacional, aderezada con algunas salas de ambiente como el despacho oficial de la capitanía, en el que se recibieron personalidades tan ilustres como el sabio alemán Alejandro de Humboldt y el General del Ejército Antonio Maceo Grajales. En las vitrinas destaca el primer equipo telegráfico que entró en Cuba y el Bando de Concentración dictado por el Capitán General Valeriano Weyler.
Las flamantes mazas de platas de cada Cabildo (obras de la orfebrería más antigua de la ciudad) destellan entre las vitrinas del Salón de los Capitulares, en la que también se veló, en capilla ardiente, a doña Leonor Pérez, madre de José Martí.
Por la valía de sus piezas, las Salas de las Banderas se exhiben como lo más relevante del Museo. En estos recintos se conserva el ejemplar original que ondeó por vez primera en 1850, iniciada la Guerra de los Diez Años y se exhiben objetos personales de las grandes figuras independentistas.
Entre uniformes y armamentos del Ejército Español, contrapuestos a los retratos y bustos de los independentistas criollos; se llega a una sala dedicada a la página más triste de la epopeya cubana: la intervención norteamericana. Al mismo tiempo se muestra, por su simbolismo, el águila enorme, que por décadas coronó el Monumento a las Víctimas del acorazado Maine y que fuese derribada tras el triunfo revolucionario.
El espacio de mayor trascendencia es sin dudas el Salón de los Espejos o Salón de Besamanos. Allí perdura el patrimonio documental de la Isla y se rememora el traspaso de poderes de España al gobierno interventor norteamericano, el nacimiento de la República Neocolonial y las ceremonias fúnebres de Máximo Gómez y Salvador Cisneros Betancourt.
Por la valía del testimonio epocal, también tiene su espacio el glamour de la decoración doméstica en las grandes casonas de la aristocracia cubana. Mimbres a la usanza, mobiliarios Art Nouveau, abanicos, cristalería francesa, porcelana china, orfebrería local y marmolería italiana, cobran vida entre las paredes de un Museo que ha devenido emblema y salvaguarda de La Ciudad.