Diane Keaton, la mujer que reinventó el encanto

Diane Keaton, la actriz de voz quebradiza y mirada cómplice, la que se resistió a ser solo un producto más de la fábrica de sueños, murió este sábado, en California, a los 79 años.

Su familia confirmó la noticia y pidió respeto. Las causas del fallecimiento permanecen en la intimidad.

En 1946, llegó al mundo como Diane Hall, pero eligió el apellido Keaton para escribir su propia leyenda en el cine.

Así lo hizo. Durante cincuenta años dió vida a personajes que bailaban entre la ternura y la rareza, entre la comedia que nos hace reír con nervios y el drama que nos toca el alma.

Es que Diane, no era una actriz que actuara, era una actriz que sentía.

La mujer que jugó con otras reglas

Comenzó en el teatro con un gesto de temprana dignidad. En Hair (1968), se negó a desnudarse, aunque eso le costara un beneficio económico.

Ese pequeño acto de rebeldía tranquila fue un adelanto de lo que estaría por venir: una mujer que haría de la autenticidad su mejor escudo.

Diane Keaton (Kay Adams) y Al Pacino (Michael Corleone) en un fotograma de El Padrino…

Su gran oportunidad llegó en 1972, de la mano de Francis Ford Coppola. En El Padrino puso rostro a Kay Adams, la esposa callada de Michael Corleone.

Pero en ese silencio no había debilidad: había una humanidad profunda.

Con Kay, Keaton demostró que hasta los personajes en segundo plano podían ser la brújula moral de una historia inmensa.

Sin embargo, fue en 1977, con Annie Hall, cuando el mundo entendió que tenía ante sí a la musa imperfecta que siempre había esperado.

Woody Allen la dirigió, pero Annie fue creación suya. Inteligente, insegura, adorable y un caos con chaqueta, Annie reinventó la comedia romántica y convirtió a Keaton en un mito.

Ganó el Óscar, por supuesto, pero, sobre todo, ganó un lugar en el corazón del cine. Desde entonces, nadie volvió a ver igual a una mujer con pantalones anchos y sombrero.

Tras Annie Hall, Diane se convirtió en una de las musas de Woody Allen...

La actriz que demostró que hay vida después

Su carrera es un mapa de la resistencia. En los 80 y 90, cuando Hollywood empezaba a dejar atrás a las mujeres maduras, ella siguió liderando taquillas. Baby Boom (1987), El club de las primeras esposas (1996), Marvin’s Room (1996) y Something’s Gotta Give (2003) la convirtieron en un referente de la madurez sin disculpas.

A lo largo de los años, Diane no se limitó a actuar: dirigió, produjo, escribió. Fue dueña de su propia historia.

En sus entrevistas siempre dejaba perlas de lucidez, como cuando confesó que nunca se casó porque “vi todo lo que mi madre sacrificó” y no quise renunciar a mi independencia”.

Adoptó a sus dos hijos, Dexter y Duke, pasados los cincuenta. En ellos descubrió una nueva forma de amar. “Ser madre —compartió alguna vez— es preocuparse en silencio, sin que ellos lo noten.”

La Annie que nunca se fue

Diane Keaton fue más que una actriz: fue una manera de habitar el mundo.

Su estilo rompió moldes; su voz temblorosa, que siempre parecía a punto de reír o de suspirar, nos enseñó que la belleza también puede ser frágil, y que la elegancia no está reñida con la libertad.

Hoy, Hollywood perdió a una de sus grandes intérpretes, pero el cine se queda con su leyenda. Quedan su risa entre líneas, su andar despreocupado, su manera única de llenar los silencios. Y queda una frase suya que lo resume todo:

“A esta edad, todo parece mucho más asombroso. Hay un aspecto mágico, una maravilla, en estar en este planeta.”

Y esa maravilla,se queda aquí. En cada diálogo que nos hizo sentir más vivos. En cada gesto que nos recordó que ser uno mismo es, quizás, el arte más difícil y hermoso.

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