Aunque Cuba ha logrado avances sociales y legales importantes en materia de igualdad y emancipación de la mujer, el trabajo doméstico sigue siendo un reflejo claro de la persistencia del machismo en la sociedad cubana.
Los datos oficiales lo muestran con claridad: casi el 29% de las mujeres en Cuba se dedican al trabajo doméstico, mientras que solo el 0.4% de los hombres asumen esta labor. Esta diferencia abismal no solo señala una distribución desigual de las responsabilidades en el hogar, sino que también evidencia que, a pesar de las conquistas en el ámbito público, dentro del espacio doméstico persisten estereotipos y estructuras tradicionales que relegan a las mujeres a la esfera privada.
El trabajo doméstico no remunerado es una doble jornada invisible. Las mujeres que lo realizan sostienen en silencio la vida cotidiana, y esa carga, lejos de ser reconocida o valorada económicamente, queda oculta detrás de roles de género que la sociedad tarda en desmontar. Este escenario perpetúa la desigualdad y limita la participación plena de la mujer en todos los ámbitos, profundizando el ciclo de dependencia y falta de autonomía.
Reconocer el trabajo doméstico como trabajo es un paso imprescindible para avanzar hacia una verdadera equidad. A pesar de aprobado el Sistema Nacional para el Cuidado Integral de la Vida, se hace necesario transformar la cultura y la mentalidad colectiva, compartiendo estas tareas en igualdad y otorgando el mismo valor al aporte de mujeres y hombres dentro del hogar.
En Cuba, la igualdad real solo será posible cuando la casa también deje de ser territorio exclusivo de la mujer, y el trabajo doméstico sea un compromiso de todos.
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