Encuentro: Ernest Hemingway y Cuba: Una historia de amor con alma y mar

Encuentro: Ernest Hemingway y Cuba: Una historia de amor con alma y mar

Cuando se habla de Ernest Hemingway, la imagen que suele venir a la mente es la de un hombre rudo, cazador, aventurero. Un premio Nobel de Literatura, sí, pero también un tipo con un daiquirí en la mano. Lo que muchos no saben es que una gran parte de esa leyenda se forjó aquí, en la isla del sol, la brisa y la resistencia: Cuba.

Un gringo en La Habana

Fue en 1932 cuando Hemingway, ya con cierto renombre en el mundo literario, llegó por primera vez a La Habana. Lo que comenzó como una escala casual se convirtió rápidamente en una conexión profunda y duradera. Se hospedó en el Hotel Ambos Mundos, en pleno corazón de La Habana Vieja. Desde la habitación 511 —que aún hoy se conserva como museo— escribió pasajes claves de “Por quién doblan las campanas”.

Lo curioso es que Hemingway escribía de pie. Mandó a fabricar una mesa a su medida, convencido de que “la mente se mantiene más despierta si el cuerpo no está cómodo”. Pero lo que verdaderamente lo mantenía despierto era la energía vital de Cuba: sus voces, sus olores, su mezcla de caos y calma.

Finca Vigía: su hogar cubano

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Ernest Hemingway en la Finca Vigía

En 1940, ya casado con su cuarta esposa, Mary Welsh, Hemingway compró la Finca Vigía, en el barrio habanero de San Francisco de Paula.

Era una zona popular, lejos del bullicio turístico. Allí vivió por más de 20 años. Entre árboles de mango, perros callejeros adoptados, gatos con nombres literarios y una vista lejana del mar, encontró algo más que un refugio: encontró pertenencia.

Desde esa casa escribió su obra maestra “El viejo y el mar” (1952), inspirada en un pescador cubano llamado Gregorio Fuentes, con quien compartió numerosas jornadas en su yate El Pilar, anclado en el puerto de Cojímar.

Este relato le valió el Premio Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura (1954). En un gesto lleno de simbolismo, Hemingway donó su medalla del Nobel al pueblo cubano, colocándola en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Patrona de Cuba.

El Hemingway habanero: entre daiquirís y mojitos

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Estatua de Hemingway en el Bar Floridita

Hemingway fue también una figura urbana. Tenía sus bares favoritos, como todo cubano de alma. El Floridita, donde inventaron el famoso “Papa Doble” —su versión personalizada del daiquirí, sin azúcar y con doble de ron—, y La Bodeguita del Medio, donde se le atribuye la frase:

 “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita.”

Estos lugares no solo eran bares: eran su segunda oficina. Allí escribía notas en servilletas, conversaba con pescadores y poetas, y cultivaba un vínculo directo con el pueblo. Hemingway no vivía encerrado entre escritores y diplomáticos: vivía con la gente.

Se debe tener en cuenta que aunque la frase célebre de los mojitos no puede atribuirse con certeza absoluta, su presencia en ambos lugares sí está documentada en fotografías, libros de firmas y crónicas de la época.

La despedida y una huella que no se borra

En 1960 se marchó de la isla para siempre. Un año después, el 2 de julio de 1961, se quitó la vida en su casa de Ketchum, Idaho.

Su partida dejó una marca profunda en la cultura cubana. Aun así, su legado permanece. Hoy la Finca Vigía es un museo literario, uno de los más importantes del país, gestionado por especialistas cubanos con apoyo internacional.

Su biblioteca, sus manuscritos, sus binoculares de safari, incluso sus botellas vacías… todo está allí, intacto. Además, cada año se celebra en Cuba el Torneo Internacional de Pesca Ernest Hemingway, fundado por él en 1950, y que hoy es uno de los eventos deportivos más emblemáticos del Caribe.

Hemingway y Cuba: un matrimonio espiritual

Pocas veces un extranjero ha sido tan cubano. Hemingway no solo escribió en Cuba: vivió como cubano, pensó como cubano, pescó, bebió, sufrió y amó como cubano. Su obra está salpicada de sal, de sol, de pueblo.

Y aunque ya no camina por las calles de La Habana, su espíritu se percibe en cada esquina, en cada página de sus libros, en cada turista que pregunta por su rastro con un mojito en la mano. Porque, al final, Ernest Hemingway no fue solo un visitante ilustre: fue un alma cubana por adopción.

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