María Rosa Ramos Pérez es símbolo viviente de resiliencia e historia. De su vida conocimos por uno de sus doce nietos, en fecha cercana a su cumpleaños cien, el pasado 8 de noviembre.
Menuda de estatura, tez negra curtida por el sol y los años de trabajo en el campo, ojos chinos y arrugados de tanto ver a lo largo de su primer siglo de existencia, ella, creció amando a su patria, como honra al legado de su padre Candelario, veterano de la guerra de Independencia, quien le contó desde niña, historias de heroísmo y sacrificio que aún guarda en su memoria.
Con un siglo de vida, a Mima, como todos la conocen en la comunidad de Yaguas Grandes, en el municipio pinareño de San Juan y Martínez, es común encontrarla empuñando un machete, cual mambisa de estos tiempos limpiando la maleza su huerto,
En sus manos, la guataca, el rastrillo y cualquier otra herramienta necesaria cobran vida, transformando su pedacito de tierra en un lugar fértil que sigue brindando sustento a la familia.
En el campo desde muy joven, aprendió las labores agrícolas. Trabajó además como lavandera y también en la casa de un rico latifundista, experiencias que forjaron su carácter.
Nunca asistió a la escuela, pero el deseo por aprender no conoció límites; una maestra le enseñó a leer y escribir, en casa. Y ese aprendizaje resultó bujía para que sus 8 hijos, 12 nietos, 9 bisnietos y 16 tataranietos, encontraran en la educación un horizonte lleno de posibilidades.
María Rosa es de las mujeres invencibles. Lo mismo con una tijera para podar las plantas de su hermoso jardín, barriendo su patio o alimentando a los animales enfrenta las adversidades de estos tiempos con una filosofía que le ha permitido llegar a los cien años.
Mima en su centenario, celebró su nacimiento y una vida plena dedicada a la familia y a la tierra. En la humilde morada en Yaguas Grandes, hay mucho más que simples paredes; hay un pedacito de la historia de Cuba, una historia tejida con hilos de resiliencia, sacrificio y amor.
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