El 20 de mayo de 1902: notas al margen de una página histórica
2022-05-20 06:46:54 / web.radiorebelde@icrt.cu / Andrés Machado Conte
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No fue el 20 de mayo de 1902 una fecha escogida al azar. En una astuta jugada política, devino el día después del séptimo aniversario –otra vez el simbólico número—de la catástrofe de Dos Ríos, para sembrar en la emoción popular aquella república como realización del sueño del Apóstol.
Ante el pabellón nacional que se izaba en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, al Generalísimo Máximo Gómez Báez le brotó de sus laberintos rudos la famosa frase: “Al fin hemos llegado”. Hasta ese día, jamás se vivió en Cuba apoteosis semejante. En todas partes, se repetía el ritual de la amada bandera de la estrella solitaria, para cubrirla de abrazos, de besos, de lágrimas.
Foto: Latin American Studies
Poco tiempo después, le habitaría el desencanto al viejo guerrero dominicano. Decían que lo había decepcionado su amigo Tomasito, como él llamaba al primer presidente de aquella caricatura de república. No. Era mucho más que eso. El duro bregar quedó a medio camino, y era preciso echarlo a andar de nuevo. Y en esa febril actividad, enfermo de popularidad como alguien dijo, el más grande guerrillero de las Américas falleció.
En Martí estaba la clara advertencia: una vez dentro de Cuba los Estados Unidos, quién los sacaría. La ausencia del Apóstol facilitó la acción oportunista del gobierno norteamericano. Y para colmo, la conocida amenaza: “O aceptan la Enmienda Platt o no nos vamos”.
Conmueve la estatura valerosa, digna de aquellos que la condenaron en la Asamblea Constituyente. Otros la aprobaron, con la idea de que el ejército interventor se marchara, y tal vez maniobrar luego contra el alevoso engendro.
La nación cubana vivió entonces un gravísimo peligro. Algunos historiadores se aventuran a afirmar que a Estados Unidos le habría sido muy difícil encarar dos frentes de guerra a la vez: uno contra los revolucionarios filipinos y otro contra los independentistas cubanos.
El cruel genocidio contra los patriotas de aquel archipiélago del otro lado del mundo, a veces desconocido, aún constituye un cuadro exacto de las entrañas del monstruo denunciado por José Martí. Y sin angustia existencial alguna, armado del demostrado desprecio que no ocultaron nunca dispensarnos, lo habrían ensayado en la carne de este pueblo herido, pero celoso de su soberanía.
Es lógico que los revolucionarios alberguen suspicacias en relación con el 20 de mayo de 1902. Y que los alabarderos del imperio, los mercenarios y los neoplattistas la asuman como una jornada gloriosa. La historiografía cubana insiste en que aquello fue el resultado de una estrategia para que los ocupantes se fueran. Y eso se logró.
Pero prendidas en un resquicio del tiempo, quedaron las cínicas palabras del general Leonard Wood, el jefe del gabinete de ocupación: “Queda, por supuesto, muy poca o ninguna independencia real a Cuba bajo la Enmienda Platt. Los más sensatos de los cubanos lo reconocen así, y creen que lo único consecuente que hacer ahora es buscar la anexión”.
A confesión de parte, relevo de pruebas.
Pasaron ya 120 años. La obra social y humana de un mambisado que se multiplica sin límites de siglos, aún planta cara a la Roma Americana, con la decisión de conquistar toda la justicia, con el probado amor de siempre, y sin el más mínimo temor.
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