Turas, Rayuela, Cortázar y Nietzsche (+Audio)
2018-07-12 13:33:18 / web.radiorebelde@icrt.cu / Laura Barrera Jerez
Todos tenemos derecho a tener un mundo propio, en el mío me exijo disfrutar mis derechos y defender mis turas.
Quizás para Nietzsche eso sea una verdad socioculturalmente adquirida por mi yo, quizás sea otra trampa del intelecto que me hace revelarme orgullosa, quizás ese conocimiento interno trastorne el valor de mi existencia, quizás…
Sobre “verdad y mentira en sentido extramoral” reflexionó el filósofo y nos dibujó al intelecto humano en su sentido más lastimoso, sombrío, caduco, estéril y arbitrario dentro de la naturaleza, dentro de ese amasijo externo que tratamos de entender, a donde lanzamos nuestros conceptos, nuestra propia realidad construida.
Entonces acepto las preguntas de Nietzsche: ¿Qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo, de modo que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede desterrado y enredado en una conciencia soberbia e ilusa?
Pero se siente uno feliz pensado que se conoce a sí mismo, se siente uno feliz creyendo que se percibe como en una vitrina, se siente uno feliz porque imagina que puede descubrir todos los secretos de la naturaleza…Y sentirse feliz es un derecho.
Intentar darle forma y sentido a todo, creyendo superar nuestra propia subjetividad y todos los preceptos establecidos por la especie humana, no nos hace inmunes a las equivocaciones, ¿cuántos errores quedarán inmersos en esos vocablos si hasta el propio Nietzsche dudaba del lenguaje como “la expresión adecuada de todas las realidades”?
Semblazas como esas quedaron magistralmente esbozadas por Julio Cortázar en su novela Rayuela, un texto especial, auténtico, espléndidamente revolucionaria dentro de la narrativa latinoamericana y mundial.
Cortázar no le pidió permiso a nadie para franquear las reglas ortográficas, para distorsionar el paso sensato del tiempo, para manipular las relaciones entre sus personajes (al fin y al cabo eran sus personajes).
En este volumen el lector forma parte de la historia porque la puede construir de acuerdo a sus propios impulsos, pero muchos, quizás inconscientemente, seguimos las normas de Cortázar, como los niños se rigen por las reglas en el juego de la rayuela mientras se divierten.
Por el camino convencional, tras el orden de las páginas, disfrutamos de la lectura. Si nos arriesgamos a seguir las indicaciones del autor que de un capítulo nos lanza a otro, obligándonos a obviar los acápites sucesivos, también se disfruta la lectura.
Así vamos y venimos dentro de la obra, del inicio al final, del medio al comienzo, de los personajes a un mundo imaginario, de verdades a historias tejidas con imaginación, desafiando la lógica, sirviéndonos de los absurdos.
Rayuela es un juego de viajes, de búsquedas, de locuras, de monólogos interiores, de sexo, de cartas, de circo, de hospital, de filosofía… Aun así, no nos impone mentiras, son “metáforas audaces”, un engaño que no perjudica: lo irreal parece real, pero no ocasiona prejuicios.
La ignorancia de la Maga cautiva a varios candidatos, su sensibilidad invita a comprender el misterio, “solo ella podía asomarse a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos buscaban”. En cada lado va más allá de su propio nombre, traspasa el espacio restringido de cinco letras. Su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales atrapa a Horacio; entre ella y el antihéroe de estas páginas, resplandecen sentimientos inexplicables, mezclados con los celos, con la angustia de Rocamodour, con las dialécticas discusiones entre los amigos.
Según Nietzsche, “para el intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana, su efecto principal es el engaño”, pero bienaventurados los miembros del Club de la Serpiente, bienaventurados los personajes de Rayuela, bienaventurado Cortázar que no temió sumergirse en el hálito demente de un autoengaño: creó un espacio donde la subjetividad supera a lo racional, al estado natural (socialmente establecido) de las cosas.
Diría el propio Cortázar que se entregó a la fascinación de las palabras: "Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo (...) Fue una especie de inventar en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento”.
Realmente es una antinovela de osadías, de privilegios sin ataduras, donde las contradicciones acompañan a los personajes, satisfechos por desandar los caminos con esa carga sobre sus hombros. Lo padecía Horacio a quien “exasperaba saber que nunca volvería a estar tan cerca de su libertad como en esos días en que se sentía acorralado por el mundo Maga, y que la ansiedad por liberarse era una admisión de derrota”.
Aquí encontramos la magia de los amores nunca prohibidos, siempre posibles, aún tras la distancia entre París y Argentina. La década del 50 del pasado siglo es el momento idóneo para el autor.
Mientras, en el interior del texto el Cortázar juega con el tiempo: lo comprime, lo detiene o lo extiende en el discurso, lo suprime de la historia o lo impulsa en retrospectiva.
Con la mezcla de un estilo directo e indirecto de diálogo, Rayuela nos presenta narradores subjetivos implícitos en los propios personajes, así como ese narrador omnisciente que sin participación activa en la novela, supera en conocimientos (sobre la trama) a los propios protagonistas.
Dentro de la novela también existe articulación increíble de realidades, Oliveira aboga por la diversidad de ellas (su realidad es diferente a la de Babs, y la de Babs difiere de la realidad de Ossip y así sucesivamente), aunque Cortázar no las considera una garantía para nadie, salvo que sean transformadas en concepto, y de ahí en convención, en esquema útil: “La realidad está ahí y nosotros en ella, entendiéndola a nuestra manera, pero en ella”. De cierto modo coincide con Nietzsche, quien denuncia cómo los hombres “han inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria”.
Ambos autores navegan por ese mar de la filosofía que los conlleva a las reflexiones propias, siguiendo razonamientos lógicos para algunos, increíbles para otros, reales para ellos. Sin embargo, están eternamente condenados a las palabras, a las mismísimas palabras que Nietzsche definió como la simple reproducción en sonidos de un impulso nervioso.
Sin embargo, como decía Cortázar: “Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo”.
Escuche un fragmento de la novela en la voz del propio Cortázar: