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Muchas personas piensan que el alcohol es el responsable del temido daño hepático. Errado criterio que la ciencia se empeña en erradicar porque igual afectación se produce con un dulce enemigo de la salud que ahora vamos a desenmascarar.
Es la fructosa el azúcar natural más dulce, cuyo consumo elevado favorece los depósitos de grasa en el hígado alterando los lípidos sanguíneos. Con esa definición, basta para quienes padecen, la llamada esteatosis hepática no alcohólica, daño hepático y también coronario que se traduce en la incapacidad del organismo para metabolizar dicha fructosa.
Esta dulce variante se encuentra en su forma natural en las frutas, en el sirope de maíz, y en los edulcorantes utilizados en conocidos alimentos procesados (bebidas azucaradas, dulces procesados, cereales del desayuno o galletas, entre otros).
Quizás sorprende conocer que el hígado es el único órgano capaz de metabolizar la fructosa, proceso que deviene grasa acumulada en ese órgano vital. Las estadísticas médicas recogen que cerca del 30% de los adultos de países desarrollados están afectados por esta enfermedad, cifra que se eleva al 70% y el 90% en obesos y diabéticos.
Dicho padecimiento hepático puede ser asintomático (sin síntomas), aunque la grasa acumulada afecta su normal funcionamiento provocando inflamación y fibrosis en estados avanzados. No obstante, el hígado graso, es una enfermedad reversible, disminuyendo el consumo de azúcares (azúcar blanca morena, pasteles, o bebidas azucaradas, entre otros).
Pero, si la ingesta de azúcares es alta, aumentan los triglicéridos y el colesterol malo. El metabolismo hepático de la fructosa tiene efectos más allá de los descritos. Estudios evidencian que una dieta alta en azúcares simples, en especial de fructosa, eleva los niveles de lípidos en sangre. Es decir, la ingesta excesiva de estos azúcares, aumenta los triglicéridos y el colesterol LDL ("malo") en sangre, y facilita la acumulación de grasa alrededor de vísceras como el corazón incrementando la presión arterial, razones que explican el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Por tanto, es recomendable una disminución del consumo de azúcares simples y, en especial, de fructosa, aunque no de frutas frescas, que sí aportan beneficios nutricionales y una fuente mínima de fructosa.
La prevención incluye evitar el sobrepeso corporal y la alteración de los perfiles lipídico sanguíneos para proteger el hígado y las arterias. En comparación con otros azúcares como la sacarosa o la glucosa, el consumo de fructuosa provoca un aumento de azúcar en sangre más moderado. En general, es recomendable para quienes padecen estas enfermedades, educarse en leer el etiquetado de los productos, para evitar consumir alimentos poco recomendables para sus padecimientos.
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