Por: Alejandro Cosme Quiñones.
Entre responsabilidades y compromisos, entre decisiones y desafíos, el joven Rolando, o sencillamente Roly, avanza con paso firme. Su vida está marcada por el liderazgo, por el compromiso con quienes dependen de él, por la constancia en cada tarea que asume. Pero más allá de su papel como dirigente, hay un título que lleva con más orgullo que cualquier otro: el de padre.
Porque en medio de agendas apretadas, reuniones y metas, existe un momento sagrado, un instante que lo llena de luz: el tiempo con su pequeña hija. La mira, la guía, y en cada sonrisa suya encuentra el sentido de todo esfuerzo.
Roly no es solo un padre que cuida, es un padre que construye. Un hombre que entiende que su liderazgo no solo debe impactar a quienes lo rodean, sino también marcar la vida de quien más lo admira: su pequeña. Ella lo observa con fascinación, ve en él un gigante de ternura y fortaleza, alguien que, sin importar cuán ocupado esté, siempre tiene tiempo para un abrazo, un beso, para un «te quiero».
Porque ser padre no es solo estar presente; es enseñar con el ejemplo, es brindar seguridad con cada palabra, es ser un refugio cuando el mundo se siente inmenso. Y en el corazón de Roly, esa misión está grabada con el amor más sincero.
En la celebración del Día de los Padres, su historia merece ser contada. Porque detrás del dirigente, del hombre ocupado, está un padre que, sin importar cuántos títulos pueda tener, sabe que el más importante de todos es el que pronuncia con orgullo su hija: papá.
