Por: Alejandro Cosme Quiñones.
En la Casa de la Cultura Haydee Santamaría de Morón, donde el arte florece entre pasillos y acordes, un grupo de jóvenes ha encendido una chispa que no deja de crecer. Se hacen llamar el Septeto Fénix, y como el ave mitológica que renace de sus cenizas, ellos han sabido alzar vuelo con la fuerza del entusiasmo, la disciplina y, sobre todo, la alegría. Este 20 de diciembre celebran diez meses de vida artística, una etapa breve en el calendario, pero inmensa en logros y emociones.
Bajo la guía de la instructora de música Yamisleidy Reverón, el septeto ha encontrado su identidad en la constancia y el amor por la cultura. No son músicos profesionales, pero su entrega y talento los colocan en un lugar privilegiado dentro del panorama artístico local. Cada ensayo es una fiesta de aprendizaje, cada presentación, una oportunidad para tocar corazones. Yamisleidy o Yamy, como le conocen, con su paciencia y pasión, ha sido el faro que orienta a estos jóvenes en su travesía musical.

Helen, Jazmín, Harold, José Leandro, Mailan y Annia Verónica no solo comparten partituras, sino también sueños. Juntos han recorrido comunidades, escuelas, plazas y escenarios, llevando su arte a donde más se necesita. Su repertorio, variado y fresco, se adapta a cada ocasión: desde festivales hasta comunidades. Donde hay una causa noble o una celebración, allí está el Septeto Fénix, con sus voces y acordes como puente entre la cultura y el pueblo.
Lo que distingue a este grupo no es solo su capacidad interpretativa, sino la energía contagiosa con la que se entregan. Hay en ellos una mezcla de juventud y compromiso que emociona. No temen al reto, no se detienen ante la improvisación. Si algo falla, lo convierten en oportunidad. Si el público es pequeño, lo hacen sentir grande. Si el escenario es modesto, lo llenan con su presencia.

En estos diez meses, el Septeto Fénix ha demostrado que el arte no necesita grandes recursos para ser grande. Basta con voluntad, con una guía sabia, y con un grupo de corazones dispuestos a latir al unísono. Han crecido como músicos, pero también como seres humanos. Han aprendido a escucharse, a respetarse, a confiar en el otro. Y eso, más allá de los aplausos, es el verdadero triunfo.
Hoy, cuando celebran este primer tramo de su vuelo, Morón les aplaude con orgullo. Porque en cada nota que entonan, en cada sonrisa que regalan, en cada paso que dan, el Septeto Fénix nos recuerda que la cultura es un acto de amor. Y que mientras haya jóvenes como ellos, el arte seguirá renaciendo, una y otra vez, entre nosotros.


