Construir el discurso propio

Hace ya bastante tiempo conocí a un profesor de una prestigiosa institución para la formación de directivos que solía recordar a un antiguo jefe suyo, el cual le había advertido que si coincidía con su opinión más de dos veces, prescindiría de sus servicios. ¿Para qué quiero a mi alrededor subordinados que solo apoyen mis ideas?, le decía.

Tal vez resulte un tanto extrema o exagerada la anécdota, pero revela una filosofía de trabajo y un modo de ser que muchas personas, con responsabilidades de dirección o no, debieran cultivar con mayor ahínco: construir su propio discurso, comenta para Haciendo Radio el periodista Francisco Rodríguez Cruz.

Ese tipo de individuo que se pliega automáticamente al criterio de los superiores o que espera porque se pronuncie la mayoría para después coincidir o aparentar esa coincidencia, poco o nada puede aportar a la sociedad cubana en la actual circunstancia.

Y si daño hace semejante actitud a ese sujeto que se anula o esconde sus razones y sentimientos, porque cree que así quedará bien, mayor perjuicio causan también quienes permiten, prefieren y a veces hasta premian tales conductas, en detrimento de las voces discrepantes que tal vez entonces pudieran acallarse, con el riesgo de que los problemas se agudicen, en lugar de discutirse y resolverse.

La elaboración de un discurso auténtico, de una opinión sincera, de un punto de vista genuino, requiere entrenamiento personal y también estímulo individual y colectivo.

Por supuesto que para lograr esa originalidad o convicción, no basta con proponérselo, y empezar a improvisar con obstinación y sin fundamento, llevándoles la contraria a todo y a todos por el solo hecho de —y ese es el extremo opuesto e indeseable también— de discrepar o alardear de una autonomía e independencia que la mayoría de las veces se revela como una desagradable autosuficiencia y soberbia.

Tener una proyección y criterios propios exige que estudiemos, analicemos, y sobre todo, escuchemos a los demás, para que podamos elaborar nuestras propias ideas sobre cualquier problema o asunto.

Y que conste que tal necesidad no solamente compete a las personas, sino que también es una urgencia para las organizaciones y colectividades que necesariamente tienen que distinguirse por la naturaleza diversa de sus labores, en correspondencia con los requerimientos, aspiraciones y modos de hacer y decir de los miembros que las integran.

No se concibe en la Cuba de hoy, y cada vez será menos aceptable como parte del modelo de sociedad que estamos perfilando, individuos y organizaciones que repitan y repitan lo mismo que otras personas e instituciones, acríticamente y sin profundizar en la condición y circunstancia específica de cada una de ellos.

No puede expresarse ni actuar igual el dirigente sindical y el administrativo, el representante de una organización de masas y el de una instancia gubernamental o política, la institución que trabaja con adolescentes y jóvenes y la que lo hace con adultos. En fin, cada cual debe decir y hacer lo que le corresponde según su función, sin impostar, imitar ni reiterar.

Y volviendo a la anécdota que al inicio les comentaba sobre el dirigente que no quería a su lado gente que siempre estuviera de acuerdo con él. Podemos casi dar como una certeza que el liderazgo y el ejemplo personal resultan esenciales para promover este tipo de actitudes proactivas, sinceras, analíticas, que favorezcan, cada vez más, que todas y todos, personas y organizaciones, podamos construir un discurso propio.    

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