El susto del procedimiento

Cuando intentamos coronar con éxito alguna gestión o concretar determinado cambio en la manera de hacer algo, pocas cosas asustan más que alguien invoque una palabra atemorizante: el procedimiento.

El término se usa en no pocas ocasiones como parapeto para obstaculizar o rechazar una propuesta, ya sea para el beneficio de una persona o incluso de todo un colectivo.

Eso no es lo que está establecido, nos espetan en la cara, como un balde de agua helada que busca sofocar cualquier posibilidad de diálogo y entendimiento.

Procedimentar, organizar procesos, establecer normas de actuación y mecanismos de regulación es, sin dudas, una potestad de las entidades. Y no solo de ellas.

En nuestras familias, hogares, comunidades, también casi siempre tenemos formas de actuar, rutinas y costumbres que la práctica ha validado como las más recomendables u óptimas para el buen desenvolvimiento de las relaciones entre las personas que las integran, comenta para Haciendo Radio, el periodista Francisco Rodríguez Cruz.

Pero también es ley universal que toda regla tiene su excepción, y que ningún procedimiento o conjunto de pasos, por perfecto que sea, puede prever todas las situaciones y variantes que se nos presentan en la vida cotidiana.

Por eso hay que defender siempre el cumplimiento de lo establecido, de las leyes y regulaciones, a partir de una interacción dialéctica, humana, con su letra y espíritu.

La cerrazón, ese negarse a priori a escuchar al individuo cuya necesidad no se ajusta exactamente a lo procedimentado, es un flaco favor que se les hace a nuestros semejantes.

Además, ese atrincheramiento a la larga se vuelve en no pocas ocasiones contra la credibilidad o la eficacia del individuo o institución que traza una pauta de actuación y se niega a revisarla. De ese modo pierde la posibilidad de perfeccionar su trabajo, mejorar sus procesos, y con ello, contribuir a la satisfacción de sus usuarios, clientes o integrantes de su colectividad.

Lo peor es que a veces la defensa a ultranza del procedimiento solo constituye un pretexto para sacar ventajas sobre quienes acudimos a buscar una solución ante determinada autoridad. Entonces lo que está establecido entonces puede torcerse, obviarse, desaparecer, a cambio de una prebenda o dádiva, de un “regalito” entre comillas, léase soborno.

En casos extremos hay quienes inventan procedimientos o los complejizan en demasía, ya sea por burocratismo e incompetencia, o por abuso de su poder, para consciente o inconscientemente favorecer luego fenómenos de corrupción o delito.

Pensar y repensar cada vínculo institucional con los correspondientes públicos es una obligación y un deber. No podría funcionar nada sin orden ni concierto.

Pero como mismo establecemos tales procedimientos, también es posible transformarlos, y hay que hacerlo tan a menudo como la realidad lo imponga, siempre con la mente puesta en ayudar al pueblo, no en su invocación gratuita para atemorizarnos.

(Fuente: Haciendo Radio)

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