Idalia: crónica de una tormenta anunciada

El Aviso de Alerta Temprana emitido el viernes de la pasada semana por el Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba, se me ocurre ahora la crónica de una tormenta anunciada. O de una tempestad, o de un huracán, que para una nomenclatura antiquísima eran más o menos lo mismo.

El origen de Idalia radica, de paso, un curioso simbolismo. Habría que precisarlo en los mares de los confines de Mesoamérica, por donde Huracán, el Dios del Fuego, del Viento y de las Tormentas, recorría la vasta geografía maya con su única pierna, con una antorcha en las manos. El organismo hidrometeorológico de estas horas, dibujó con suficiente tiempo de anticipación el corazón del cielo, para que se tomaran todas las diligencias posibles.

El impacto histórico se mide en cuantos de devastación, pero sobre todo por la cantidad de víctimas. Pasaron 60 años del capítulo terrible del ciclón Flora. Construimos desde entonces una voluntad hidráulica, donde las presas se pusieron en función de la agricultura y para disipar aquellos aludes de agua, de fango y de piedras que sepultaron en octubre de 1963 a más de un millar de hermanos. Hicimos también costumbre la evacuación, que se multiplica en la tradición cubana de compartir la suerte con los demás, de hacer del barrio una familia intensa, multicolor, plena en el abrazo.

La eficiencia de la institucionalidad revolucionaria puede evaluarse por los bienes preservados y por las vidas en potencial peligro que se salvan. Pero la evacuación –es justo decirlo—aún debe de sortear reticencias, incomprensiones, que tantas veces van junto a la irresponsabilidad. En unas ocasiones por temor a que desvalijen la casa abandonada por la contingencia. En otras, como es el caso de hombres y mujeres ligados al mar, que confían más en el instinto que la experiencia sedimenta a lo largo del tiempo.

Al dorso de cada ciclón, frecuentemente discurren historias no contadas. Parece incluso tendencia entre las víctimas de las inundaciones costeras cuidar más aquellos bienes difíciles de adquirir, y no priorizar tanto los recursos que en épocas anteriores el Estado socialista estuvo en condiciones de entregar.

Sorprende, no obstante, la cotidianidad resiliente, por ejemplo, en Surgidero de Batabanó. No debe olvidarse que por algún punto cercano, estuvo el enclave primigenio de San Cristóbal de La Habana. Aquellos primeros vecinos no pudieron allá en el sur resistir el acoso del mar, ni el enjambre numeroso de mosquitos, ni la falta de agua potable. Más de 500 años después, la comarca pervive por un tipo humano distinto, sin miedo, apegado a las armónicas de cada ola que puede transformarse en furia por un centro de bajas presiones.

En esos contornos difíciles de la Patria, se precisará siempre la lectura creadora de cualquier pronóstico del Instituto de Meteorología que, a la manera de Gabriel García Márquez, deviene sin falta crónica de una tormenta anunciada. 

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