Mi abuela Julia, y los surcos de historias vividas

Por: Jennifer López, estudiante de periodismo.

El Código de las Familias es un instrumento legal esencial que protege los derechos, promueve la igualdad y fortalece los vínculos familiares, adaptándose a los cambios sociales y garantizando el bienestar de todas las personas.

Revisando los capítulos que lo integran, pude notar la variedad de artículos que se refieren al cuidado y atención del adulto mayor y no pude dejar de recordar a mi abuela Julia.

En la última etapa de su vida ya no podía valerse por sí misma, permanecía en su cama mientras mi madre y otros miembros de la casa la ayudaban en su día a día.

Sus ojos cansados siempre buscaban mi rostro con anhelo, como si la neblina del tiempo hubiera difuminado los contornos de mi ser. A veces sus oídos se volvían sordos a mis palabras y debía elevar mi voz para que el eco de mis frases resonara en su silencio.

Las arrugas que adornaban su piel eran surcos de historias vividas, de batallas ganadas y desafíos superados. En cada pliegue se escondía un recuerdo, una sonrisa, un suspiro de nostalgia por tiempos pasados.

De mi abuela recuerdo la maravillosa infancia que me regaló, los días de paseo por el zoológico, las entretenidas clases de inglés que impartía a sus nietos, los almuerzos dominicales en familia y los deliciosos plátanos en tentación que servía en las tardes veraniegas. Mi madre aún prepara el postre, pero por mucho que se esfuerza, los plátanos no tienen el toque especial que les ponía abuela.

Con ella aprendí los refranes más elocuentes que alguien podía enseñarme, aprendí a cantar, a bailar, a coser, a no meterme en las conversaciones de adultos y a respetar a las personas. Me enseñó a ser feliz con muy poco, a echar para adelante siempre y a no rendirme ante los obstáculos que la vida impone.

El tiempo pasó y crecí rápidamente mientras mi abuela se notaba cada vez más cansada, perdida en sus recuerdos. Comenzó a caminar despacio con la ayuda de un andador, ya no se le veía detrás del fogón cocinando manjares y las salidas al parque pasaron al olvido. Pero el mundo se derrumbó por completo cuando un enemigo silencioso invadió su día a día, el Alzheimer.

La enfermedad fue un desafío complejo que marcó el último capítulo de su vida, arrebatándole gradualmente sus recuerdos y la identidad que tanto la definía. Sin embargo, aún mantenía la mirada tierna e inocente con la que solía observarme jugar en el patio de la casa, sus manos arrugadas seguían sosteniéndome como cuando me enseñó a caminar y en sus momentos de lucidez tarareaba las melodías de sus canciones favoritas.

Una tarde gris se marchó para siempre, dejando recuerdos por todos los rincones de la casa. Cada momento a su lado, el amor que nos dio y las enseñanzas aprendidas unieron más a nuestra familia. Ya han pasado cuatro años desde su partida y pese al dolor que causa su ausencia me queda el consuelo de sus últimas palabras; con dulzura susurró a mi oído: no sé quién eres, pero sé que te quiero mucho.

El Código de las Familias sitúa el amor, el afecto, la solidaridad y la responsabilidad en lo más alto de los valores familiares. Es una herramienta invaluable para construir una sociedad más justa e incluyente, en aras de garantizar la calidad de vida y el bienestar de nuestros seres queridos.

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