Título: Mami, ¿“por qué la luna me sigue”?

Un niño le dice a la mamá mientras van hacia el círculo infantil temprano en la mañana: “mami ¿Por qué la luna me sigue?”. Dice tanto la frase de la imaginación e inocencia de ese niño que quien la escucha se conmueve y ríe por la ocurrencia del pequeño.

Cuando se habla de la infancia lo primero que viene a la mente son los de edades preescolares: espontáneos, inocentes e indefensos; esos que, si se tuvieran que describir con colores serían, rosados y azules por su hermosura. El niño pequeño tiene, además, el don de soñar e imaginar aquello que en otras etapas de la vida es imposible.

Los niños lo observan todo con curiosidad y se dan cuenta si es querido y atendido con amor por su familia, así como, por las educadoras y auxiliares pedagógicas en los círculos infantiles estatales, y los nuevos particulares, y más adelante por las maestras en el grado preescolar.

Es censurable ver que madres apuradas para dejar al niño pequeño en el círculo, y seguir hacia el trabajo, prácticamente lo arrastran a su paso, mientras les dicen cosas desagradables para que camine más rápido. A los niños se les quiere, enseña y respeta.

Que nadie subestime la inteligencia de esos pequeños que en escasos años alcanzan un desarrollo vertiginoso propios únicamente de ese tiempo en que se apropian de la marcha, el lenguaje, así como, de otros conocimientos, hábitos y habilidades que les serán de mucho provecho en la vida.

A veces llegan voces altas desde los salones de los círculos infantiles para llamar la atención del niño hacia cierto objetivo, y en ese mal hacer no escapan algunos padres que no fueron capaces de educarlos con buenas formas y su impotencia les llega hasta gritarles y pegarles en determinados momentos.

¿Qué pasará por la mente de un pequeño que juega distraído y recrea su mundo infantil, y de pronto recibe un mal trato? Claro está que no lo entiende, pero si lo sufre.

Cuando en un hogar vive un niño de corta edad, llenará de alegría a todos sus integrantes, pero también de responsabilidades que van desde darles amor, alimentación y vestuario, hasta la educación, esa que con razón José Martí afirmó que se inicia desde la cuna.

La solución está en las manos de los mayores si acostumbran al niño a obedecer a su llamado en voz baja y si siempre le exigen lo mismo, de manera que no sea: hoy si se lo permito, mañana no, porque los confunden y no saben qué hacer.

Su vida debe de transcurrir en una completa armonía, sin hacerlos partícipes de las conversaciones y conflictos de los mayores, porque, aunque no entienden de qué trata la discusión que escuchan, sienten los tonos no usuales, y se sienten angustiados y tristes.

El llamado a los padres es a informarse sobre la atención integral de sus niños mientras crecen, de sus necesidades materiales y espirituales, pero, además, que aprendan a conocerlos mejor; sin dudas, se asombrarían al descubrir el tesoro que guardan.

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