José Martí y su padre Don Mariano

Aprendió José Martí de su padre a ser ordenado y puntual, a hacer bien las cosas y a resistir horas de trabajo. De la relación estrecha con él hay constancia en la propia obra martiana, y una referencia particularmente emotiva y de gran significación de Martí hacia Don Mariano se encuentra reflejada en el trabajo “El presidio político en Cuba”, un testimonio del Apóstol durante su estancia en la prisión. Es una denuncia de los horrores de la metrópoli española.

En esta obra -menciona el periodista Pérez Galdós-, Martí narró cómo reaccionó su padre cuando fue a verlo al presidio: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel!»

“Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no se odiar”.

En 1890 al crear sus Versos Sencillos José Martí evocó a su padre al manifestar: “Si quieren que de este mundo lleve una memoria grata llevaré, padre profundo, tu cabellera de plata”.

Algún tiempo después de haber ocurrido esto, Martí salió de Cuba en calidad de deportado, y sentiría igualmente la ausencia de sus seres queridos. No volvería a ver a su familia hasta 1875 cuando se encontraron en México, donde residió por espacio de más de año y medio.

José Martí y el cariño y respeto que sintió por su padre Don Mariano, es el tema que aborda un artículo del escritor cubano Victor Pérez Galdós Ortiz, en el que se evidencia, la admiración y el amor que sintió por su progenitor, nacido el 31 de octubre de 1815 en Valencia, España, y fallecido el 2 de febrero de 1887, en La Habana.

El trabajo es portador de interesantes datos: “en el seno familiar, Mariano aprendió el oficio de cordelero y después adquirió el de sastre. El 12 de junio de 1850 fue designado sargento primero de artillería con asiento en La Habana. En Cuba se casó con Leonor Pérez Cabrera, el 7 de febrero de 1852. En el territorio cubano su vida no resultó fácil. Se caracterizó por ser un hombre muy justo y respetuoso».

El documento da a conocer que varios años después de nacer su primer hijo, abandonó el ejército, para realizar las funciones de guardián en barrios de La Habana. También Mariano fue capitán de partido en Caimito de Hanábana, sitio al que lo acompañó su hijo José Martí cuando tenía tan sólo nueve años.

Con posterioridad, tras la conclusión de la guerra en 1878, Martí, ya casado, viviría por algún tiempo en La Habana, pero en agosto del siguiente año resultó otra vez deportado hacia España.

Nuevamente dejaría de ver a sus padres durante un tiempo prolongado. Más el recuerdo de sus progenitores y la preocupación por la situación que padecían estuvo siempre latente en Martí. Ello se puso de manifiesto en varias de las cartas por él enviadas a su hermana Amelia.

En una misiva presumiblemente escrita en Nueva York en febrero de 1880 señalaría acerca de su padre: “Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnifica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”.

En otra carta dirigida a Amelia y fechada el 28 de febrero de 1883 también José Martí comentaría acerca de su padre: “Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto”.

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