La historia atrapa

La historia atrapa

No comparto esa idea tan reiterada a veces de que es necesario que hagamos atractiva la historia. Me parece algo así como decir que debemos convencer a la gente de que el helado de chocolate es muy rico, o de que la música cubana bailable es sabrosa.

Pocas cosas seducen más que conocer la historia, entenderla, disfrutarla, y parecería casi un pleonasmo, una reiteración innecesaria, decir que es preciso hacerla atrayente.

Otro problema es que nos quieran vender como helado de chocolate algo que no lo es, o hacernos bailar con una música mal hecha. Igual pasa con la historia.

Creo que casi todo el mundo en Cuba pasó por la experiencia de buenas y malas clases de historia, de maestros y profesores que te trasmitían la emoción junto con el conocimiento, mientras otros solo te insistían en causas y consecuencias, el carácter de esta o aquella guerra, y la memorización de fechas, hechos o cuadros sinópticos comparativos.

Estas inevitables sistematizaciones y análisis son parte de la historia, sin dudas; hacen falta como metodología para el aprendizaje y como recursos pedagógicos. Pero de ninguna manera son la historia.

La historia es la pasión de comprender de dónde venimos y por qué ocurrieron las cosas; de intentar aproximarnos a las complejidades que vivieron nuestros antepasados; de entender los procesos sociales, políticos y económicos que nos hicieron ser lo que somos, y no otra sociedad, ni otras personas.

La historia es acercarnos a las grandezas colectivas e individuales que cambiaron o determinaron el rumbo de los sucesos en una u otra época, de desentrañar los misterios de las personalidades y de la formación de los liderazgos.

Y ese tipo de conocimiento es suficiente para cautivar a cualquiera que lo reciba o lo busque en las fuentes correctas.

Reiterar ideas preconcebidas y esquemáticas, manipular o desconocer la parte que no nos conviene o nos disgusta de los hechos, presentar aparentes verdades absolutas, como si estuviéramos siempre ante acontecimientos o personalidades incuestionables, nunca podemos decir que es la historia. Se trataría en todo caso de una reducción de ella, su caricatura, un dogma. Por tanto, no podemos achacarle a ella las insuficiencias de quienes no la comprenden, no la sienten, no saben trasmitirla ni inspirarla.

Porque la historia es como un organismo vivo, es el devenir de la vida humana en todas sus facetas, y su asimilación por cada individuo sigue los caminos más insospechados, sin reparar en formas ni en tecnologías.

La historia puede viajar en libros y enciclopedias, en películas y en obras de arte, en tradiciones orales o escritas, pero también puede llegarnos en teléfonos móviles y en tablets, en memorias flash y en libros digitales.

Lo que hace más asequible y encantadora a la historia no son los soportes que utilizamos para enseñarla y difundirla, sino la autenticidad de los sentimientos que somos capaces de involucrar en esa labor permanente de auto reconocimiento humano.

De modo que no considero que sea necesario, como decía al comienzo, hacer atractiva la historia. Lo que hay es que amarla y dejar que ella sola, solita, nos atrape.

Fuente: Haciendo Radio.

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