Palabra con Filo: Brazos cruzados

Por Francisco Rodríguez Cruz
En otras ocasiones hemos comentado en este espacio sobre la importancia de la laboriosidad y lo que esta puede representar para la sociedad y las personas, no solamente en términos económicos, sino como forma de realización individual y bienestar colectivo.

La holgazanería, la gente haragana que poco o nada hace, la vagancia consuetudinaria son quizás el extremo de un problema que tiene, sin embargo, muchos estadios intermedios no menos perjudiciales.

En particular, como una expresión mucho más sutil de este fenómeno tan dañino, hay un modus operandi que resulta particularmente difícil de corregir, y a veces hasta de detectar. Es lo que solemos llamar quedarse de brazos cruzados, o más popularmente todavía, majasear.

Lo distintivo de esta conducta es que la practican personas que formalmente —diríamos— sí trabajan. Ocupan un puesto en cualquiera de nuestros colectivos laborales, o un pupitre en nuestros centros estudiantiles, o comparten un hogar donde hay diversas tareas y responsabilidades domésticas.

Este individuo se queda de brazos cruzados cuando los demás a su alrededor cumplen con deberes similares o mayores que los que también le corresponden. Mientras a su lado alguien trabaja intensamente, pues quien majasea solo disimula o aparenta que trabaja.

Con frecuencia tal simulacro de trabajo es peor que la vagancia monda y lironda. Porque quien anda, así, de brazos cruzados, cuando las demás personas suponen que está cumpliendo con su cometido, recarga entonces a sus colegas de labor, de estudio o al resto de la familia, que más tarde o más temprano descubren que aquello que debió ser hecho, pues no estuvo a tiempo, o quedó a medias o mal terminado.

A veces está actitud de brazos cruzados es una forma de hacer resistencia pasiva a determinados cambios, o de expresar desacuerdos con la dirección o forma de organizar el trabajo. Pero esto no lo hace un método correcto, ni es la forma más efectiva para comunicar cualquier discrepancia. De hecho, es un método bastante torpe que se vuelve contra la persona que lo emplea, al perder autoridad moral para defender con efectividad su exigencia, y quedar en entredicho ante todo el mundo.

Porque al final, quien majasea es bastante parecido a quien hace fraude: se engaña a sí mismo. Y no pocas veces vive entre descontentos, amarguras, insatisfacciones y resquemores.

Cree que hace el papel de vivo, y en verdad, puede resultar un poco el bobo, porque tarde o temprano salta a la vista su actuación negligente o despreocupada. Y hasta quienes son cómplices, apañan o toleran su majasea, no dejan nunca en última instancia de criticarle y marcarle como gente nada confiable, poco consagrada, prescindible o no deseable para compartir con ella en un momento decisivo de la vida o para ofrecerle una oportunidad atractiva y ventajosa en el trabajo.

Miremos entonces a nuestro alrededor, analicemos qué hace cada quien, cuánto hace cada cual, y sobre todo, cómo lo hago yo, para que nunca nos afecte ese mal, tan contraproducente, de los brazos cruzados.

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