Tan bonito que es llevarse bien, recuerdo que me decía mi abuela. Y lo cierto es que la sensación de bienestar y satisfacción personal que reportan las relaciones humanas cordiales, de amistad, camaradería, o cuando menos, de simple gentileza, resulta de un valor inestimable.

Palabra con filo: ¿Por qué el maltrato?

Tan bonito que es llevarse bien, recuerdo que me decía mi abuela. Y lo cierto es que la sensación de bienestar y satisfacción personal que reportan las relaciones humanas cordiales, de amistad, camaradería, o cuando menos, de simple gentileza, resulta de un valor inestimable.

Sin embargo, con demasiada frecuencia nos encontramos por estos tiempos con individuos que parecieran disfrutar de todo lo contrario: el maltrato entre las personas, ya sea por gente conocida o desconocida, comienza a ser una peligrosa tendencia a la cual debemos poner freno en nuestra sociedad.

En un ómnibus, en una cola de cualquier cosa, en un centro de trabajo, en la escuela y hasta en nuestros hogares, no es difícil ver como alguien aventura una respuesta ríspida gratuita, o abusa de su autoridad o funciones para restregar su poder, muchas veces arbitrariamente y hasta sin lógica o racionalidad alguna, en la cara de sus víctimas.

El maltrato tiene mil rostros, y puede ser desde una palabra ofensiva, hasta una desatención expresa, por no hablar ya del maltrato físico, que resulta mucho más punible.

Mil pretextos pueden aducir los maltratadores para intentar justificar sus acciones. Desde las condiciones económicas y las tensiones que ellas generan, hasta el estrés por el calor. Hay de todo en materia de excusas, algunas incluso dichas públicamente luego de perpetrar el abuso, como si eso les disculpara del agravio cometido contra sus semejantes.

Ninguna razón es suficiente para que maltratemos a las demás personas, ni tampoco para que aceptemos esas conductas, en el fondo violentas, cuando nos las quieren imponer.

Muchos mecanismos y protecciones sociales están pensadas para protegernos del maltrato en diversas esferas de la vida social. Algunas de esas garantías no funcionan siempre de manera adecuada, otras no son suficientes o ya han envejecido en su concepción, ante las nuevas realidades que diversifican en nuestro país la naturaleza de las relaciones entre las personas, y de estas con las instituciones.

Hay que insistir en la labor educativa y preventiva para hacer rectificar a tiempo cualquier actuación que pueda devenir en maltrato. Pero no es suficiente. Tenemos que desarrollar, actualizar y fortalecer todavía más las normas jurídicas que defiendan a la ciudadanía contra los perpetradores de cualquier manifestación de maltrato, en todos los ámbitos de la existencia. Y aplicarlas, porque empezamos a tener muy buenas leyes, que no siempre se cumplen ni se exigen.

También hay que estimular, y proteger una actitud más cívica y de rechazo hacia quienes maltratan, de manera que las personas nunca lleguen a sentir que el maltrato ya es lo normal.

No debe ni puede haber resignación ante ningún tipo de conducta que nos disminuya o empequeñezca como seres humanos. Y siempre ante la más leve molestia, desde una mirada atravesada hasta un gesto impropio, exigir el respeto que cada cual merece, con la formulación de esa simple, pero esencial pregunta: ¿Por qué tendríamos que admitir el maltrato entre las personas?

Un comentario del periodista Francisco Rodríguez Cruz

Autor