Elizabeth, más allá de una postal

La primera vez que me topé con Elizabeth Morales Barroso fue por Facebook. En su perfil se muestra a una joven presumida, maquillada, de uñas largas, que le gusta fotografiarse con poses propias de «“los muchachos de ahora»,” como dirían los mayores.

En ese entorno digital revela su ocupación profesional: especialista de Trabajo Social del consejo popular Armada-Aldabó, y el motor que le mueve la vida: su hijo Adriel, de 3 años.

Iba a la entrevista con esa escasa y quizá prejuiciada información, pero qué sorpresa más alentadora cuando el encuentro cara a cara superó todas las expectativas, los recelos treintañeros de una generación de más atrás en el tiempo. Resulta que Elizabeth, a su corta edad, habla con el conocimiento y la pasión de los más experimentados, con el desenfado y las ansias de transformar el mundo cercano, con la satisfacción de hacer lo que le gusta y ser útil.

Al terminar noveno grado optó por el técnico medio en Trabajo Social, una profesión que dice le “viene de cuna”, porque sus padres, pastores de iglesia, se han dedicado siempre a ayudar a todo el que lo necesite.

Los retos personales y profesionales le persiguen, se quedó de profesora en la misma institución donde se formó, fue madre a los 19 años y actualmente dirige a siete trabajadores sociales del consejo popular Armada-Aldabó, en el municipio Boyeros.

Frente a la pizarra, Elizabeth estaba contenta, pero no satisfecha. Quería experimentar el trabajo social en el barrio, puerta a puerta, tocar los problemas y transformar las vidas, ejercer en el ámbito comunitario donde “la empatía, la capacidad de escuchar, alentar y ser promotora del cambio” adquieren la real materialización.

Escuche otros detalles en la versión sonora de esta entrevista

Ser una chica determinada, comprometida y apasionada por la profesión influyó en la decisión de la dirección de Trabajo del municipio Boyeros para que Elizabeth condujera la labor de 7 trabajadores sociales, quienes atienden una población de más de 26 mil habitantes, organizados en 14 circunscripciones de ese consejo popular.

¿Cómo puedes ser no solo dirigente, sino también líder entre tus subordinados?, le pregunto asombrada todavía ante tanta madurez en un rostro joven. «Primero, porque me gusta el trabajo, me gustan las cosas organizadas, que las orientaciones se cumplan, que se haga bien, me gusta ver la felicidad de las personas a través de mi trabajo y mis trabajadoras sociales son iguales que yo y somos juntas para todo», además de subordinadas son mis amigas.

La locuaz muchacha de ojos verdes cuenta que no tiene oficina, que no está un día específico en lugar alguno, siempre se le puede ver desandando las calles de la comunidad con sus trabajadoras sociales, intercambiando con las personas que presentan alguna vulnerabilidad.

A dos pasos de Elizabeth, mientras hago la entrevista, está María del Carmen, una trabajadora social de 20 años que fuera su alumna. No puede ocultar la admiración por la jefa, le brillan los ojos cuando le escucha hablar y me confiesa: «así es periodista, todo eso es verdad, ella no solo habla bonito, hay que tener una energía para seguirla, imagínate que ella nos avisa el día antes, y escribe por Whatsapp: “arriba pónganse los zapatos de combate que vamos a la batalla»”.

¿Cuáles son los zapatos de combate, Elizabeth? —es la pregunta inmediata. «Son tenis, desde que empecé en esto uso tenis todo el tiempo porque es camina arriba, camina abajo a lo largo de todo el día»”.

Diferentes tipos de personas, de familias, de vulnerabilidades atienden los trabajadores sociales: madres al cuidado de hijos discapacitados, mujeres con 3 o más pequeños, ancianos en soledad, embarazadas, pensionados, niños huérfanos, personas desvinculadas del estudio y el trabajo, violencia intrafamiliar, familias con bajos recursos.

Aunque todas las situaciones son diagnosticadas, estudiadas y tratadas para Elizabeth hay un grupo en particular que despierta una sensibilidad especial, los ancianos. “Muchos están solos, no tienen familiares. A veces más que recibir una ayuda monetaria o con recursos, es sentarte y hablar con ellos, escucharlos, hacerlos reír, jugar ajedrez”, lo que más les ayuda a vencer el encierro interior y la soledad.   

Precisamente el día que hablamos lo hicimos en el portal de la casa de Enrique, un anciano que quedó solamente al cuidado de la nieta adolescente. La quinceañera comenzó a ausentarse a la escuela para velar por el abuelo que camina con dificultades. La trabajadora social de Aldabó puso al tanto a Elizabeth del caso y ambas no demoraron en hacerle la visita y poner en marcha la ayuda. Actualmente Enrique vive con la nieta y una señora, que él conocía hace muchos años, a la cual él mismo le propuso ser contratada por el Ministerio de Trabajo en la modalidad de asistencia social a domicilio.

“Complicado”, así describe lo cotidiano y mientras pronuncia el adjetivo es como si la ondulación de la voz recorriera el ajetreo de la jornada, que alega la vive corriendo desde que amanece. “Llevo al niño al círculo. Corro para cualquier circunscripción, atiendo lo mismo a una embarazada, que a un anciano, que a un niño con una discapacidad, que a una persona me llama porque necesita verme urgente. Tenemos una reunión. Salgo de un extremo a otro del Consejo. Tengo que pasar por el policlínico. Son muchas funciones en un solo día”, relata.

En las últimas semanas la carga de trabajo ha aumentado, afirma. “A partir del anuncio de las medidas del gobierno para corregir distorsiones en la economía, los trabajadores sociales realizamos un estudio en la comunidad para determinar las familias con insolvencias, ya sean ancianos o trabajadores, cuyos ingresos no son suficientes para hacer frente a las necesidades básicas”.

Sin la ayuda incondicional y comprensiva de sus padres poco pudiera hacer Elizabeth en función de ser médico del alma, como llamó Fidel a ese entrañable ejército. No pasa mucho tiempo en casa. El pequeño Adriel a veces llora porque no la ve, pero los abuelos se encargan de explicarle que mamá trabaja para hacer feliz a los demás, un ejemplo para su retoño que ella valora de manera muy positiva.

“Estoy enseñándole desde chiquito que el amor hacia el prójimo, es lo mejor que le puede pasar a cualquier ser humano”», concluye ella.

Yo, salgo del consejo popular Armada-Aldabó y guardo en mis mandamientos periodísticos —y también personales— una nueva norma: nunca más juzgar ni construir una idea de una persona por su edad.

Luego de escudriñar en las esencias de la vida de Elizabeth construyo entonces un nuevo texto para su perfil de Facebook: “Elizabeth Morales Barroso tiene 22 años. Ayudar a las personas vulnerables no representa para ella un trabajo, constituye un privilegio. Se considera promotora del cambio,  constructora de la sociedad, médico del alma. Su cotidianidad se define en el esfuerzo para que nadie quede atrás. Ella es madre y trabajadora social, una mujer cubana”. Y es ella, también, la protagonista este año de la postal del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, por el Día Internacional de la Mujer. Porque, como Elizabeth, millones de cubanas construyen, día a día, el país que somos con la noble aspiración de que sea mejor.

Autor