Marta Irene Arevich Marín, funcionaria de la Dirección Nacional de la Misión Médica Cubana en Venezuela

Recuerdos de un hombre-faro que aún ilumina

Hay encuentros, personas, momentos… que se graban a fuego en aquel privilegiado que los vive. Y como el padre no olvida la primera mirada de un hijo, tampoco se le borra al joven las veces en que un ídolo se hace hombre y le cambia la vida.

Para Marta Irene Arevich Marín, funcionaria de la Dirección Nacional de la Misión Médica Cubana en Venezuela, esos momentos llegaron con Fidel. Desde su etapa como estudiante, como dirigente juvenil o ya como mujer de ciencia, el Comandante plantó inquietudes y enseñanzas a las que se aferra, tantos años después. Cada anécdota, jocosa o protocolar, la hizo crecer… desde la primera hasta la última.

Según comenta “tenía 25 años la primera vez que lo vi. Fue en un Congreso de la FEEM en el que ya yo fungía como dirigente del Comité Nacional de la UJC. Resultó un momento trascendental para mí, tenerlo delante, tan cerca, por primera vez.”

“Más tarde, nos visitaba muy seguido en la casa de la Juventud, en el reparto Kohly, de La Habana. Dialogaba mucho con los que vivíamos allí, se preocupaba por nosotros. Un día hasta nos cocinó unos espaguetis con albahaca, y mientras lo hacía, nos contaba anécdotas de la vida en presidio, de la guerrilla. Para nosotros aquello era lo máximo, porque Fidel era nuestro tesoro, de la juventud y de la Patria”.

Marta Irene confiesa que aquella fue la etapa en la que más aprendió en toda su vida. “De Fidel aprendí a no rendirme, a que todos los problemas tienen solución. Me formó como cubana, como cuadro, como mujer… y eso no lo voy a olvidar nunca”.

Ya en otra etapa de su vida, la hoy funcionaria de la Misión Médica Cubana en Venezuela recuerda cómo el Comandante en Jefe despidió, personalmente, a las brigadas que fundaron la colaboración antillana de salud en la tierra de Bolívar.

Asimismo, y con lágrimas, rememora la última vez que lo vio. “Fue en el último Congreso del Partido en el que pudo participar y así lo vaticinó, cuando dijo que, tal vez, nunca más podría ir a aquel salón del Palacio de Convenciones de La Habana. Y una vez que falleció, tuve la oportunidad de hacerle guardia de honor en la Plaza de la Revolución. Fue un terremoto en el corazón”.
Fidel y esos momentos en que se erigió amigo, maestro e ídolo hecho hombre están grabados a fuego en Marta Irene Arevich Marín. Rememorarlo, a 6 años de su último encuentro, refuerza la sensación de tenerlo, vivo e inolvidable, como la primera mirada que un padre dedica a sus hijos.

“Siento que Fidel siempre va a estar en mí, siempre en mi pensamiento, hasta los últimos días de mi vida: como nuestro padre, como nuestra enseñanza, como nuestro faro.”

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