Esto sí lleva batá, pero hay que llorarlo

Hay luto en los tambores. Cuenta la tradición que cuando los tambores están de luto es porque murió un rumbero. Los rumberos también son simples mortales, aunque su leyenda les trascienda. Ha muerto, lejos de su barrio de Los Pocitos, Jesús Abreu; el último de los fundadores del afamado cuarteto rumbero Los Papines, y el menor de los hermanos Abreu, al menos de los varones. Y es que la familia original estaba conformada por once hermanos.

Los hermanos Abreu estaban predestinados a ser rumberos. Esa era la máxima de la familia. Su padre y sus tíos estaban entre los rumberos más famosos de todo Marianao y de la Habana. Uno de sus tíos, conocido como Sanguily ha sido considerado uno de los mejores bailadores de rumba y son de todos los tiempos.

En la casa familiar había tiempo para la rumba y se exigía estudiar y tener un oficio; así fue hasta que un buen día Ricardo Abreu, o simplemente Papín, fue contratado en el cabaret Tropicana, a sugerencia de un ecobio de la familia que también era músico en ese lugar y allí trabajaba con su orquesta. El Ecobio de su padre no era otro que Pedro Quintana, padre del percusionista José Luis Quintana, o simplemente Changuito. Corrían los años cincuenta y ser parte de esa orquesta garantizaba salario estable; además se estaba rodeado de grandes maestros de la música. Eran las puertas a la superación.

Fue Papín quien, tal y como lo hiciera años antes Ignacio Piñeiro con María Teresa Vera, enseñó a Celeste Mendoza los pasos de baile abakuá que la distinguieron del resto de las bailarinas, sobre todo los que ejecutan los Íremes o diablitos, además de transmitirle los secretos del guaguancó al estilo de esa familia. Sí porque Los Abreu hacían el guaguancó de modo distinto a como lo hacían en los otros barrios rumberos de la Habana. Sí, porque, aunque es el mismo género musical en cada barrio tiene sus particularidades; esas las definen las manos del tumbador.

 Papín es quien lleva a su hermano Luis al mundo del cabaret. Primero a ser su suplente en Tropicana y después le deja como tumbador oficial de la orquesta del cabaret Parisién a comienzos de los años sesenta. Es Papín quien los reúne a los dos restantes hermanos Alfredo y Jesús, en vez de ser un cuarteto de rumberos con tambores cambia la estructura y a una paila recortada le agrega unas campanas y dos cencerros y la convierte “en la cajita musical”.

Lo demás es historia. Ellos, Los Papines, vistieron de largo a la rumba y la pasearon por el mundo. Me atrevo a afirmar que fueron los abanderados de esta fiebre de rumberos y tamboreros al estilo cubano, que hoy se disputan un lugar en las mejores orquestas; muchos de los cuales fueron sus alumnos, aunque muchos hoy lo nieguen.

Uno de los grandes aportes de Los Papines a la rumba en general fue el trabajo con las voces; y tras ese enfoque de empastar las voces, de que funcionaran más allá de la simple improvisación natural estuvo el trabajo y la paciencia de Don Luis Carbonell. Esa visión armónica de las voces rumberas, para enriquecer la rumba, hoy es común a todos los grupos y cantantes rumberos; pero en el mismo momento que Los Papines se atrevieron a dar tal paso, hubo rumberos que se escandalizaron.

Ha muerto Jesús, el último de los fundadores. Hay luto en los tambores. Ha muerto lejos de su tierra, de su barrio, de su potencia; de sus ecobios, que esperan su féretro para el enlloró. Hay que lavar un juego, una potencia abakuá y colgar su foto junto a la de sus antepasados.

Mañana, Los Papines, los hijos, sobrinos y nietos de los fundadores, seguirán la tradición. Habrá uno en el salidor, otros en el tres golpes, el tumbador y en la cajita musical; y volverán a cantar en familia y tras el llanto volverá a sonar el batá.

(Fuente: Cubarte)

Autor